Esposa mía...
Me colma el alma de una paz nunca antes sentida por mí decirle a mi niño que ya soy un esposo. Tu esposo. La sensación de saberme tuyo me ha calmado y regalado una serenidad que no cambiaría por nada.
Déjame decirte que calas en lo más profundo de mi ser como el adorno enviado por Dios a mi vida.
Sólo tú eres digna de ser mi esposa y quiero honrar cada día como lo he venido haciendo desde que te conocí.
Es divertido mirar atrás y vernos en el pasado donde no teníamos ni idea de qué seríamos más que conocidos, más que amigos, más que novios. Míranos ahora siendo esposos y queriendo vivir día a día al lado del otro.
Esposa mía, amadísima esposa mía. Eres la luz de mi vida, la mitad que me faltaba y ahora eres el engranaje perfecto que hace girar mi corazón. Sin ti, no sería más que un simple hombre. Tú acabas de darle un sentido más allá a mi vida, le diste una etiqueta que jamás imaginé lucir por los senderos que nos esperan.
Doy gracias a Dios por haberte creado y seré digno de la grandiosa mujer que ahora tengo por esposa.
Si me preguntas, me conmueve verte a mi lado, mirándome fijamente con esos ojos cafés, lindos y profundos que saben lo que siento y quiero decir aún cuando quiero callar y disimular. Te amo y te seguiré admirando como hasta el día de hoy, anhelando ese mañana para maravillarme con la luz que emanará tu sonrisa, esa que me enamoró y que me sigue enamorando.
Gracias por ser mi esposa.
Te amo.
Marco Antonio Saborío Parreaguirre.