Estoy leyendo algunos pasajes sobre pedeefe —de Trilce— y se me cuela algún pensamiento por entre mi fijación ocular en los versos. Se me vienen recuerdos del parque donde llevaba a los niños a pasar la tarde —es ya pasado y no pesa por ello, o sí, pero en cualquier caso es ya sabido y siempre mi agua pasada no ha movido molino—. Ahora, que navego alrededor de una encrucijada, hecho por momentos de menos la certeza de entonces, o quizá la ignorancia de mí que no tengo ahora.
—Por si alguien se lo pregunta, Trilce es un poemario de César Vallejo.
Certeza,
La certeza es una casa,
con la techumbre a prueba
de lluvia, frío, hielo, desamparo.
La certeza es ver la tempestad
por un cristal ventanero
y no recibir nunca una sola gota,
disfrutar del espectáculo
que la Naturaleza depara
sin sufrir los rigores de su fuerza.
La certeza —no la cerveza,
que con la Navidad la mente se desvía—
es una manta caliente, un sofá frío,
una película llorosa, y el gris de un cielo
contra el entramado de un nido cálido.
La certeza es olvido, no pensar,
es una cuerda de funambulista
contra el abismo de abajo, profundo,
que llama para engullirnos y no dejar rastro.
La certeza es poner el oído
contra la pared del vecino y escuchar la pena,
el lamento por un mal trago
que la vida le hace pasar, y tú a salvo,
al otro lado, escuchando y alegrándote
a Dios de que la vida no te pase factura, todavía...
La certeza es silencio, calma, una mar
que ni siente ni padece, sin barcos,
sin estelas, bullendo contra un sol
que se empeña en violentar sus olas,
una mar ausente de padecimientos,
de pesares, ignorante de la muerte
que tan abundante se da cita bajo ella
—miles de peces mueren plastificados—;
una mar que no quiere saber nada,
que ha sufrido batallas navales y sabe
del ruido atroz de cañones y persecuciones
policiales a propósito de la droga y las armas;
una mar que por estas razones no quiere
sufrir más y se hace la loca, mira para otro lado,
se intenta rodear de una coraza de sal
que le salve de la barbarie y la sinrazón.
Sí, la certeza es eso, es pedir con ahínco,
postular al todopoderoso una migaja de paz,
solo eso, un poco de calor contra el frío ambiente.
La certeza es...