Es merced del humano, disfrutar de la vida,
encender sus antorchas y gozar sus encantos;
y prender de ilusiones, la fogata que impida
las tristezas del alma, los pesares y llantos.
¡Que jamás aflicciones alegría trituren,
sin que esperen de dioses sus divinos favores;
y que siempre en sus sueños, sus anhelos fulguren
con la luz esplendente de preciosos colores!
¡Que jamás los rencores, en sus pechos se aniden,
y la dicha les cubra de alborozo sus horas;
cabalgando centauros que nostalgias liquiden
adornando sus días de radiantes auroras!
¡Que las sombras siniestras, que persiguen sus pasos,
que la fe las derrote con serena osadía;
y que nunca su vera, se la nublen fracasos
y los vista esperanza de tenaz gallardía!
¡Que coraje detenga la saeta espinosa
que pretenda quitarles su virtud visionaria;
y que sea su aliento, la trompeta gloriosa
que pregone a los vientos, su prosapia templaria!
¡El mejor aliciente, que nos guarda el destino,
es gozar de la vida su magnífica gloria;
al beber los jarrones del olímpico vino,
que despierta del hombre, la inquietud de victoria.!
¡Con la huella inefable, de los años vividos;
la existencia se nutre de bizarra firmeza;
y por eso al futuro, de estoicismo vestidos,
enfrentarlo debemos, con suprema entereza!.
Autor: Aníbal Rodríguez.