Llena de estrellas estuvo
la noche de Belén
pero una sola luz era
la que se vio arder.
Proveyó el ángel a María
de cuna, animales y amor
porque en la pobreza nace el hombre,
así también el Señor.
No fue en cuna de oro
donde nació este rey
que vino a curar al mundo
con sus manos y sus pies.
Una señal en el cielo
más brillante que todas.
Tres magos oyeron el destino
confiando en que sería la hora.
En su largo andar llevaron
regalos al sonriente niño:
oro, mirra e incienso
símbolos del hombre divino.
María llevó en su vientre
el destino de los hombres
esperando de su palabra
que la paz y el amor broten.
Este niño que vino
en el silencio y la pobreza
quiso Dios que hiciera a los hombres
dignos de su grandeza.
Con los años crecería
a los hombres vería a los ojos,
les diría a su corazón
amense unos a otros.
Allá lejos, en Belén
un nuevo Dios ha nacido.
Tiene voz y manos de obrero
y entrega su corazón de niño.
El salvador de los pueblos
no trajo la fuerza del hierro
ni la furia de la espada
ni la justicia del fuego.
Vino a entregar sus llagas,
su sonrisa de ángel, sus manos de amigo,
su palabra de sabio, su amor de hermano,
su juicio piadoso, su perdón divino.
La familia más rica
contra todos los linajes
no tuvo más que un establo
pobres prendas y animales
pero algo más grande llevaban
en el seno de su amor.
Algo más grande que el mundo,
y al que el mundo un día
escucharía su voz.