La felicidad te resulta un lujo.
El lujo te parece elitista.
El elitismo te provoca asco.
El asco te conduce al desprecio.
El desprecio incuba el daño.
El daño propaga la fiebre.
La fiebre encarcela tus sentidos.
Tus sentidos deforman tus pensamientos.
Tus pensamientos te llevan a concluir
que la felicidad es un lujo,
tan elitista como despreciable.