Decido callar. Cierro los labios y los ojos y me voy
a esa quietud interior forzada y bella. Quieto el cuerpo,
ni los párpados vuelan. Y están ausentes los sentidos.
Pero además he aquietado todo en el entorno
para dejar espacio a la mente y al alma, que se entronizan
en un mundo de extrema intimidad.
Es necesario ese silencio como lo es necesario en la oración,
para llegar a puntos de armonía y rescatar vivencias esenciales
y encontrar incluso lo que fuera oscuro para darle luz.
Y advierto la bondad de ese silencio obligado que me permite
llegar a sitios interiores inefables y encontrar la paz.
De mi libro “Del sentir que reverbera”. 2018 ISBN 978-987-763-458-7