Estamos bien de a ratos, por momentos todo parece estable y seguro hasta que de la nada, sin darme cuenta quizás, se torna tedioso, abordamos en el egoísmo de un corazón seco hecho hielo, el famoso nudo en la garganta, las típicas lágrimas de tristeza y las ganas de mandar todo al demonio otra vez me roban el aliento.
Estamos bien de a ratos, hasta que tomamos la iniciativa de abandonarnos, agredirnos el uno al otro, obligada a disparar en defensa propia, a resistir palabras que pegan fuerte generándome dolor. Hundidos en la monotonía, sintiéndome impotente cuando pierdo la batalla, odiando todo su ser y sufriendo por ello.
En mi pecho experimento el enojo a causa de mis propias acciones, me enfada la falta de egoísmo en mi, la incapacidad para cumplir mis anhelos sin considerar al otro. Pues el año se termina y aún vivo en la celda oscura con el hombre que arruina cada día, que no pierde el tiempo para atacar, provocándome angustia y pensamientos suicidas lejanas pero latentes.
Estamos bien de a ratos hasta que se oye el disparo y las escenas se repiten; el maltrato injusto se lleva mi fe, y comienzo a dejar de creer en el amor.