La vieja esquina de mi pueblo…
desapareció en el tiempo…
se desvaneció después de soportar tantos inviernos,
después de tantos veranos… se evaporó sigilosa y prudente,
misteriosamente se perdió con el silencio,
se dejó envolver de la nostalgia…
y poco a poco se disipó en la añoranza,
y nadie, nos dimos cuenta.
En aquella esquina de mi pueblo,
donde viví mis mejores años…
mi adolescencia imprudente se divirtió a sus anchas,
mi traviesa independencia …a veces precipitada…
exageró su chiquillada,
mi ligereza rebosante… de energía explosiva…
de libertad abierta y rebeldía atolondra…
desvariaba con frecuencia …su albedrío inconsecuente.
Allí, en esa esquina suspendida de las estaciones de otoño,
se quedaron velados mis más preciados recuerdos,
se quedó deambulando mi rutina,
resignada tal vez…a lo simplemente cotidiano.
Allá, se acostumbró mi lozanía a las tardes de algarabía espontanea,
y a mil noches de bohemia…
que casi siempre terminaban desembarcando en madrugada.
En esa esquina descolorida…de sencillez cristalina,
sin exuberancias ni excesos,
sin abundancias ostentosas,
donde se respiraba aire de lealtad,
donde todo parecía teñido de humildad...
y la veracidad de su sinceridad era cierta,
allí dejé, lo más evidente de mis ansias…
lo más puro de mi conciencia.
Allí oculté mi mayor fortuna,
mis momentos más íntimos,
mis experiencias más felices.
Ahí dejé el eco de mi risa…retumbando entre paredes y ventanas,
dejé mi jerga elocuente…en sus calles empedradas,
y el alborozo desbordante de todos los amigos…
enmarcados en las anécdotas azules…
tan reiteradamente extrañadas.
Allí quedó mi alma…
rugiendo entre carcajadas…
derivadas del jolgorio incontenible…
que rayaba la irresponsabilidad de esos años imberbes.
Desde ahí vi pasar a la hermosura perfumada de mujer…
con su aroma de ingenua tentación…
esparciendo esa fragancia letal que jamás pude olvidar.
Cuantas veces se deleitaron mis ojos…
con el dulce caminar de las criaturas del lugar,
cuantas memorias quedan suspendidas de la ilusión que sentía con las presumidas musas de mis primeros versos.
Cuanta tristeza agobia mi corazón…
al pasar por la vieja esquina de mi juventud…
tan indiferente ahora…
tan distinta a la de antes…
tan desconocida para mí en este instante.
Nada ha quedado de todo lo sublime…
absolutamente nada existe…
solo un desconsuelo ineludible atravesando mi garganta…
solo un “no sé qué” inexplicable.
Nada ha quedado de lo sublime…
absolutamente nada existe…
solo un desconsuelo ineludible atravesado en mi garganta…
solo un “no sé qué” inexplicable.