No sé hablarle a tu boca.
Los nervios incesantes me persiguen.
Las manos me tiemblan y de la vergüenza he hecho mi templo.
La vida entera en tus manos, aunque sea un instante.
De qué agua dulce y clara son tus ojos.
De dónde salió tu voz serena, hipnotizante.
De qué océano viniste.
Tu nombre sobrevuela mi cabeza una y otra vez.
Y no me importa la frecuencia ni el tiempo.
Ahora tu eco se ha hecho del aire, rebota por todas las montañas, todas las praderas cultivan tu nombre.