Escribo desde hace cinco años aclimatado
a mi féretro, debajo de mis telarañas
y aún no he aprendido a vivir
sin la memoria, sin ese aire que quiere
estar al día con su alma.
Quizás ya es tarde.
Dejé una flor dormida por este camino extraviado
en que todos parecen perderse
sobre el horizonte del silencio.
Florece el día y llega el aire con su voz de seda
y sus pies desnudos,
cae la noche con su llanto y escribo.
¡Oh mi Magdalena!
El sol se hizo negro,
como todos los ojos que se han cerrado
y ha sonreído el cernícalo dolor
ahora que no hay flores y los pájaros de mal agüeros
han anidado en la azotea,
desde donde mirábamos el horizonte
de nuestras vidas.
No hay nada ahora. Solo ausencia
y tiene un nombre
y huele a mar, a camino perdido
donde algún nigromante acecha con sus conjuros
de muerte;
De pronto doy la vuelta y algo allí
sigue brillando, desde el lugar
en que la muerte muere y el día viene
con su piedad escalonada acercándose a mí.
No hay nada ahora.
Solo muchos recuerdos.