AMOR POR LA CAMPIÑA
Abro los ojos y veo,
bien temprano en la mañana,
el verdor de la arboleda
donde mariposas vuelan
con atrayente atavió.
Y escucho cantar al río
al compas de los sinsontes,
pajarillos de los montes
que alegran con su cantío.
Respiro, con gran placer,
el olor de la sabana
mezclado con el aroma
mañanero del café.
Oigo el susurro del viento
al despuntar la alborada,
las tonadas de los gallos
y hasta el trote del caballo
de un labrados que apurado
despertó en la madrugada.
Me caliento, si hace frio,
con rayos del sol saliente,
y me refresco en verano,
Si me sofoca el calor,
con la brisa de las ramas
que abanican con su aliento.
Me mojo en la guardarraya
con una lluvia precoz
y veo los campos de arroz
que un campesino cultiva
y observo, cómo es cuidan,
las palmas con sus penachos
cuando una nube, en su paso,
casi se les viene encima.
Me siento bajo la sombra,
de una Ceiba milenaria
bautizada con historias
de hechizos y brujerías
que en contubernio,
en sus días, mis tías
abuelas contaban.
Recuerdo cada tonada,
sobre gallardas tojosas,
que mi madre, cariñosa,
me susurraba al oído
en los cuidos de mi infancia.
Y me siento bajo la hierba,
húmeda y reverdecida,
para escribir con presteza,
un rutilante poema
sobre el amor que me inspira
la madre naturaleza.
Amelia Suárez Oquendo
De mi libro mi amor en versos.