El cadáver de marzo era, en la ría,
un barco a la deriva; fiel reflejo
de lo que iba a venir. Ante el espejo
de las aguas oscuras se veía
el afán rumoroso de otro día
en la vieja ciudad, cuyo pellejo
extendía difuso en un bosquejo
de luz, bajo una lluvia de ambrosía.
La vida tiene planes por sí misma,
y tiene por costumbre ser infiel
a todas tus victorias y derrotas.
Ahora, en otro hogar de olivo y cisma,
todavía recuerdo azul aquel
silencio acuchillado de gaviotas.