Miguel Ángel Miguélez

Avilés

 

 

 

 

 

El cadáver de marzo era, en la ría,

un barco a la deriva; fiel reflejo

de lo que iba a venir. Ante el espejo

de las aguas oscuras se veía

 

el afán rumoroso de otro día

en la vieja ciudad, cuyo pellejo

extendía difuso en un bosquejo

de luz, bajo una lluvia de ambrosía.

 

La vida tiene planes por sí misma,

y tiene por costumbre ser infiel

a todas tus victorias y derrotas.

 

Ahora, en otro hogar de olivo y cisma,

todavía recuerdo azul aquel

silencio acuchillado de gaviotas.