Mi abuelo nunca se acostumbró a la ciudad, él era un campesino analfabeto y humilde que se vio forzado a dejar su pueblo durante una epidemia, emigró cuando mis papás eran todavía pequeños y trabajó por años como jardinero en una casa rica logrando así sostener a su familia, quienes contrario a él se adaptaron a su nueva vida, a su ritmo y costumbres, consiguiendo con el tiempo hacerse de varios bienes y negándose rotundamente a regresar a lo que ellos consideraban una existencia primitiva, abuelito lo intentó, pero cuando regresó a su tierra vio con tristeza y rabia que sus hermanos habían vendido su terrenito, el coraje le ocasionó una embolia que le paralizó medio rostro y una constante depresión que le acompañó hasta su muerte; ni sus hijos ni sus nietos lográbamos sacarlo de ese estado, sólo cuando empezaba a hablar con nostalgia de su tierra, sus métodos de cultivo, de cómo influían el sol, la luna, las lluvia y hasta el viento en la vida comunal sus ojos resplandecían y sus manos parecía acariciar aquéllos recuerdos, entonces papá lo regañaba porque decía que ese conocimiento resultaba inútil en la ciudad y, como si todo su mundo se hubiera hecho pedazos, abuelito se sumía en un mutismo que podía durar días, los nietos nos acostumbramos a verlo como un maniquí que cobraba vida sólo para comer e ir al baño, todo eso sucedía cuando apenas yo hacía uso de razón, y fui el único que se acercó curioso a averiguar si el maniquí era capaz de hablar y acerca de qué lo haría, orillado tal vez por la escasa atención que me prestaban, tal vez porque mis otros hermanos eran más traviesos e ingeniosos que yo, a ellos les gustaba salir a jugar con los amiguitos de la cuadra y hacer bromas a veces bastante pesadas a las cuales hasta ahora no les he encontrado la gracia, menos aun si iban dirigidas a mí, razón por la cual me consideraban un agrio precoz, por eso prefería la compañía del abuelo y sus añoranzas, nuestra simbiosis era perfecta: yo escuchaba lo que a otros no les interesaba y él me daba el respeto y confianza que ellos me negaban.
Así fue como yo hice míos sus conocimientos, su pasado y sus historias, pero de todas ellas había una que le obsesionaba: hablaba acerca de un ser que habitaba en túneles de cierto cerro, ubicado en las afueras de la capital rumbo a la costa, éste cerro forma parte de la sierra que atraviesa el occidente del país, según me contaba, ése ser, ángel o demonio bajó de las estrellas e hizo su guarida ahí, que lo mismo podía curar o devorar a quien penetrara en sus dominios, éste ser se presentaba en forma de dragón, pero todo su cuerpo estaba constituido por piedra, como una formidable escultura animada que custodiaba inmensas construcciones subterráneas, pero sólo una persona había vivido para dar a conocer su existencia, sin embargo ese único testigo no dio detalles de su encuentro ni a su familia más cercana, aunado a su experiencia, el hecho de haber permanecido perturbado de sus facultades mentales desde su nacimiento, de haberse extraviado en el cerro y regresar curado a iniciar una nueva vida hizo que la historia se diera por cierta incitando a aventureros a obtener así mismo algún favor, pero sin más resultado que su desaparición definitiva, el porqué de mi especial interés en lo que todos consideraban fábula es algo que no puedo explicar, algo que me acompañó hasta la edad adulta y que acarreó las burlas de mis hermanos, lo cual acrecentó aún más mis deseos de emprender un viaje para verificar tal maravilla.
Para muchos mi idea era suicida, e internamente había algo de cierto, porque a pesar de mi relativa juventud ya me sentía viejo, ni la familia, ni el trabajo ni los fugaces romances consiguieron conciliarme con la vida, a veces intenté integrarme a grupos ya fueran religiosos, autoayuda o tomar clases de arte pero nada funcionó, todo fue una sucesión de desencantos y detrás de cada uno la imagen del abuelo relegado y silencioso se afianzaba cada vez más, no es que fuera supersticioso, pero todo parecía indicar que por el sólo hecho de haber sido el único que realmente se tomó la molestia de escucharlo me había heredado su destino, recuerdo que el día de su muerte permanecía en su mecedora, yo cruzaba por ahí y entonces me llamó, cuando estuve frente a él, me tomó del brazo y con una mirada llena de súplica me preguntó: “tú sí crees en el dragón de piedra ¿verdad?” yo no sabía que esa pregunta representaba un compromiso y como todo niño contesté con la mayor naturalidad “sí”, a la hora de la cena, cuando papá fue a llamarlo se dieron cuenta de que estaba muerto y eso me aterró, por eso la idea de morirme ahora en algún desafortunado accidente mientras mi cuerpo tuviera la facultad de valerse por sí mismo que acabar momificado en un rincón de la casa de alguno de mis descendientes si es que llegaba a tener alguno se afianzó en mí desde entonces, por eso me dejé llevar por su obsesión con el dragón de piedra.
Hay gente desahuciada que por curarse cruza océanos o viajan a santuarios remotos, yo no tengo esos recursos, no me inspiran confianza los chamanes indígenas o los metafísicos de las ciudades, tampoco mi mal es físico, si he de describirlo de alguna manera creo que una lepra espiritual sería una definición correcta y ya la había soportado demasiado, era una sensación de vacío que empañaba cualquier alegría, una incapacidad constante de permanecer alerta a sucesos tan simples pero necesarios como cruzar una calle o leer instrucciones de ciertos productos, en mis años escolares fui blanco predilecto de bromas que acrecentaron mi inseguridad haciéndome huraño y desconfiado primero, luego sarcástico e hipócrita después, sin embargo deseaba creer en algo, realizar algo que me emocionara permanentemente y no se disipara tan fugaz como la flama de un cerillo. Según mi abuelo el aliento de ese dragón era capaz de cambiar el destino de quien acudiera a él sin necesidad de vender su alma al diablo, quien esto afirmó fue hijo único de padres ya ancianos cuando tuvo lugar el suceso, ellos no podían atender su milpa debido a sus achaques y sobrevivían de la caridad de los vecinos en tanto su hijo vagaba por las calles solo y sucio, su anomalía le impedía hablar, sólo babeaba al emitir sonidos mientras su cuerpo era acometido por sacudidas, no podía sostener objetos con sus manos, era agresivo con los niños que le molestaban provocando reclamos de los incomprensivos padres, pero por el contrario él siempre fue dócil con los suyos, quienes sufrían mucho por su condición y por su incapacidad de ayudarlo, un día el joven desapareció para reaparecer al cabo de un mes completamente normal y con mucho empeño trabajó para levantar la milpa de sus padres, a quienes atendió con esmero hasta el día de su muerte, con el tiempo logró acumular un pequeño capital asombrando a todos, se casó una mujer ciega y tuvo varios hijos a quienes inculcó el respeto que a él le faltó durante su enfermedad, avergonzando a quienes alguna vez se complacieron en maltratarlo, decía mi abuelo que los hijos así educados aprendieron a ser bondadosos y tolerantes con los demás, sin embargo nunca quiso dar detalles de su aventura, sólo dijo que el dragón era una criatura poderosa porque lo había curado, después de eso varios trataron de ir en su busca, pero ninguno regresó y la historia hubiera quedado en el olvido de no ser porque el joven perturbado mental fue mi ancestro, eso dijo el abuelito, pero según mis parientes eso era sólo otra de las consecuencias de la senilidad, yo más bien pienso que les avergüenza reconocer taras en el árbol genealógico por muy milagrosamente que hayan sido curadas.
Por años la idea de realizar esa excursión descabellada tomó forma, leí manuales y fui comprando los arreos necesarios, todos mis familiares pensaban que no me arriesgaría a satisfacer mi obsesión, pero cuando vieron que la cosa era seria, se turnaban para intentar detenerme, la última en hacerlo fue una hermana que me visitó el día anterior a mi partida, la conversación fue breve pero suficiente para correrla:
-Eso del dragón de piedra es una leyenda, no existe, y si existió seguramente se trataba de una gran serpiente vieja, de ésa solitarias que crecen desmesuradamente en los barrancos y cuyas escamas son tan gruesas como caparazones de armadillo, alguien le agregó patas, alas, y listo, ya tienes el monstruo perfecto para espantar a los niños malcriados, incluso lo pudo haber inventado algún borracho de imaginación prolífica que haya caído al río en un descuido y se topó con una culebrita de agua, tú sabes, la gente a veces tiene tan poco que hacer que los rumores y chismes son su entretenimiento.
-Razón de más para emprender la excursión, si no hay dragón, no hay peligro.
-No te atacará un monstruo, pero sí algún bicho venenoso o te puedes descalabrar en uno de esos abismos y nadie se va enterar.
-Tú y tu pesimismo.
-No sé qué necesidad tienes de emprender una aventura así, con tantas cavernas y grutas ya conocidas y acondicionadas para explorar prefieres ir tras una quimera sólo porque un viejo decrépito te trastornó antes de morirse.
-No te expreses así del abuelo.
-Será muy abuelo pero eso no evitó que haya estado chiflado sus últimos años, seguramente la nostalgia le hizo recordar esa historia y se encaprichó con ella.
-¿No sería maravilloso si fuera cierto?
-Ningún aliento mágico logrará sacarte de jodido ni te hará menos bruto, allá tú si quieres morirte.
Pues bien, ya pasados mis treinta años tomé el autobús al amanecer y me bajé en el pueblito más cercano al cerro, hacia donde me interné llevando herramientas sencillas y por provisiones únicamente agua y un combinado de hierbas que mi abuelo me enlistó y aseguró eran suficientes para alimentarse por mucho tiempo, el cerro no me pareció tan grande ni tan solitario hasta que al anochecer coloqué mi pequeña tienda de campaña y traté de dormir, estaba incómodo y hacía frío, pero a diferencia de otras excursiones ahora estaba solo y por lo tanto tenía miedo, para colmo comencé a recordar involuntariamente las historias de aparecidos y nahuales de mi abuelo, consiguiendo sobresaltarme con cualquier sonido y así, encogido y temblando como un chiquillo pasé la noche en vela. Al amanecer los rayos me trajeron por fin el sueño y la tranquilidad, dormí hasta media mañana, luego proseguí mi camino por veredas que me internaron a los primeros laberintos, llevaba un mapa y una brújula, pero como la intención era escudriñar las entradas los dejé en la mochila para cuando estuviera de vuelta y saqué solamente cuerdas y mi casco con lámpara para explorar las muchas cuevas que seguramente encontraría, sin embargo pasó el resto del día sin encontrar una lo suficientemente profunda para explorar, aun así gozaba subiendo y bajando las formaciones rocosas, descansando en algún escondrijo, la suerte me acompañaba pues aunque habían serpientes y otros animales ponzoñosos no me causaban repulsión o espanto y podía permanecer tranquilo y alejarme cuando los encontraba. La segunda noche fue menos inquieta, hasta disfruté el cielo nocturno con sus miles de ojitos brillantes pensando que acaso el abuelo estaba allí observando y guiándome, después de todo también era su aventura, la que le obsesionó en vida.
Los siguientes dos días fueron agotadores por la cantidad de salientes escarpadas que debí sortear o escalar, descansaba hasta cinco veces en el día para consumir mi ración de agua y hierbas, reconozco que en ocasiones me sentí tonto por estar solo en un sitio desconocido buscando una entrada también desconocida para llegar a otro lugar mucho más desconocido, yo había crecido en la ciudad y no estaba acostumbrado a pasar tantas privaciones ni por tan largo período; cierto que hice unos ensayos anteriores a mi excursión pero no duraron más de un día o dos y eso de estar alimentándome como iguana minaba poco a poco mi paciencia y mi organismo sin embargo la mirada suplicante de mi abuelo el día de su muerte me obligaban levantarme y continuar escudriñando posibles entradas, de vez en cuando consultaba mi mapa para marcar mi trayectoria, al quinto día calculé que me encontraba ya en la mitad del cerro, entonces decidí cubrir un área en abanico, lo cual me llevó otros dos días durante los cuales sólo hallé dos cuevas dignas de explorar, afortunadamente en ambas hallé agua limpia para beber y barro en las paredes que consumí para variar mi alimentación. Había pasado ya una semana desde que me interné en el cerro y nada sobrenatural me había ocurrido, comencé a dudar seriamente de continuar mi exploración, después de todo había resultado un excelente ejercicio y necesario pasatiempo, mi abuelo no tendría ninguna queja, había hecho lo humanamente posible por complacerlo sin ayuda y bajo mi propio riesgo así que ya era hora de volver.
El día siguiente amaneció nublado pero no me preocupé hasta que el cielo se encapotó con oscuros nubarrones y los truenos se dejaron caer haciendo retumbar la tierra, todo fue tan súbito que no tendría tiempo de armar la tienda de campaña, así que busqué con la vista alguna saliente o grieta para guarecerme, cuando las primeras gotas comenzaron a caer logré alcanzar una abertura en medio de dos rocas, me quité la mochila y me deslicé de costado para entrar, arrastrándola después, por fortuna se trataba de la entrada de una cueva que se ensanchó una vez que penetré lo suficiente, no recordaba haberla visto el día anterior, pero providencialmente era un refugio acogedor pues estaba fresca y seca, saqué la cuerda, el casco y algunas ramas secas para hacer fuego, pero tan pronto logré encenderlo una ráfaga lo apagó, intenté otras dos veces con el mismo resultado, afuera llovía a cántaros y relampagueaba iluminando por momentos el interior, estaba seguro que la ráfaga no provenía del exterior, pues la cortina de agua caía vertical y pesadamente, durante el resplandor de los truenos pude percatarme de que estaba en alguna especie de túnel y puesto que por lo visto la lluvia continuaría todavía un buen rato me puse el casco y lo encendí mientras con la cuerda iba tendiendo la línea, adentrándome en el interior para explorar. Conforme avanzaba el túnel se hacía más amplio y el relieve del suelo bajaba a veces abruptamente hasta dos metros, podía sentir corrientes de aire pero no lograba distinguir los conductos, una sucesión de formaciones me hacían imaginar un museo donde se exhibían réplicas de animales y humanoides fantásticos, mi cuerda medía cien metros, era delgada, liviana pero muy resistente y conforme se iba haciendo más corta más deseos tenía de continuar explorando, pero todo indicaba que la cueva era demasiado larga y no la abarcaría con ella, por eso decidí sacar el mapa y marcar su ubicación para regresar en otra ocasión; no bien hube extendido el papel sobe el suelo cuando mi casco comenzó a parpadear, era una lámpara que podía permanecer encendida por lo menos dos semanas, por eso cuando me preocupó que estuviera fallando, guardé el mapa y me acomodé en el suelo para revisarlo, pero apenas me lo quité se apagó por completo dejándome en penumbras, sin embargo todavía contaba con la cuerda así que emprendí el camino de regresó siguiendo la línea, pero en una cuesta empinada y a pesar de la resistencia de la cuerda ésta se rompió como un hilo haciéndome rodar hasta el fondo irregular de alguna pared, adolorido y nervioso me arrepentí de haber sido tan impetuoso, ahora tenía todas las posibilidades de perderme si no recuperaba la cuerda, maldije y grité para desahogar mi estupidez antes de reiniciar el ascenso, pero ahora la cuesta me pareció más lisa, dificultando aún más la subida y cada vez me resbalaba rodando más y más lejos antes dela chocar con la pared consiguiendo solamente cansarme y desesperarme más, mi último intento me dejó tan exhausto que después de dar rienda suelta a mi impotencia me dormí, o al menos eso pensé, pues cerrar los ojos o ver la oscuridad era lo mismo, durante ese sueño o vigía creí distinguir contornos, sombras y luces de colores aparecer y desaparecer, mi cabeza me daba vueltas mientras escalofríos recorrían mi cuerpo, entonces un temblor sacudió el suelo donde me hallaba, me levanté sobresaltado sólo para caer nuevamente y rodar ininterrumpidamente hasta que dejé de sentir mi cuerpo al golpearse, conforme rodaba otra vez las luces, los contornos, las sombras se repetían sucesivamente, me creí cercano a la muerte cuando nuevamente me vi acostado en una superficie plana, conforme cesaba el mareo comencé a distinguir los contornos y las sombras con mayor claridad, ya no temblaba, encima de mí se abría una inmensa bóveda cuyo tope se perdía en la oscuridad, en todo derredor mío, como si fueran lámparas, estalagmitas y estalactitas desprendían un resplandor suficiente para iluminar el gran espacio en que me hallaba, además de filtrar agua, creando pozas naturales, el ambiente era fresco y el rumor del agua transmitía tranquilidad, las estalactitas y las estalagmitas eran tan numerosas y tan altas y gruesas en ciertos tramos que se unían y alternaban formando vastas oquedades dándome la impresión de estar dentro de un enorme queso gruyere, me levanté lentamente, admirando la amplitud del recinto y despojándome de mi ropa me acerqué a uno de las pozas para refrescarme, el agua fría me reanimó bastante y permanecí en ella un buen rato sin pensar en mi situación, entonces escuché un golpeteo lejano, de piedras cayendo, salí de la poza, me vestí aprisa y corrí a buscar un escondite mientras el sonido se iba intensificando, no bien me había acomodado en un hueco cuando presencié una verdadera lluvia de piedras redondas de diversos tamaños, lo sorprendente era que éstas piedras al caer no permanecían quietas sino que rebotaban y rodaban recorriendo todos los recovecos, haciendo tal ruido al friccionarse que se me erizaron todos mis vellos de sólo pensar que era sólo cuestión de tiempo para que me aplastaran en mi escondite, así que salí de ahí lo más sigilosamente posible, pero eso pareció alertar a las rocas que siguiendo algún implícito mandato comenzaron a organizarse en una sola dirección, o sea, hacia mí que inicié una carrera desesperada como alma que lleva el diablo, pero las rocas eran demasiadas y mucho más rápidas que yo, por lo cual fui fácilmente alcanzado y terminé confundido entre un río de piedras que si bien no me habían aplastado sí me llevaban a algún lugar desconocido, vibrando y sacudiéndose mientras yo luchaba por no ser engullido en su movimiento, así estuve ocupado sin poder prestarle atención a otra cosa cuando el río de piedras desembocó en una salida a un nivel más bajo que el anterior, al cual me vi arrojado, sentí caer al vacío y estrellarme contra una superficie blanda, pero la imagen del amontonamiento de piedras sobre mí y que me sepultaría en cuestión de segundos me dejó sin aliento, no había tiempo ni de rezar, me cubrí la cabeza con los brazos y cerré los ojos ante el estrépito de las primeras rocas, cuando una potente voz, surgida en medio del alud me preguntó:
-¿qué buscas?
-Al abrir los ojos vi que un amontonamiento de rocas estaba suspendido sobre mí y éstas formaban una figura extraña, parpadee varias veces tratando de determinar de qué clase mientras balbucía sin salir de mi sorpresa.
-Es que yo…mi abuelo…hace tiempo, un joven enfermo…sólo quería…
-¿un joven vino y fue curado? ¿tú de qué estás enfermo?
Inhalé profundamente, era demasiado fuerte la impresión, “aquello” sin duda sabía acerca del dragón.
-Yo…me dijeron que no era cierto lo del dragón, ¿sabes dónde encontrarlo?
-No has respondido a mi pregunta.
-Sí, perdón, es que yo…no sé cómo explicarlo…un antepasado vino y…mi abuelo lo dijo.. fue muy infeliz y parece que me contagió…yo sé que es ridículo…sólo yo le hacía caso…
El amontonamiento de rocas retrocedió y aumentando mi estupefacción comenzó a transformarse entrechocando, multiplicando y estirando las piedras: primero se alargó, luego sobresalió una cabeza, luego cuatro extremidades y por último una larga cola, mágicamente lo que tomé por piedras quedaron adheridas como escamas al cuerpo de un magnífico dragón, todo color amarillo rojizo con enormes ojos ámbar atravesados por una pupila vertical negra similar a la de las serpientes, sus garras parecían grandes cuñas de obsidiana, de la cabeza a la cola su espina estaba coronada por una fila de crestas, toda ésta piedra tenía la propiedad de resplandecer con cada movimiento del dragón cual si la piedra contuviera cristales de sílice o cuarzo, su porte era espectacular y temible.
-¿piensas que ese antepasado vino buscando una cura? Te equivocas, hace mucho tiempo un joven vino a éstos barrancos desesperado al no poder cuidar de sus ancianos padres, ese joven estaba preso en un cuerpo que no le obedecía e imposibilitado para comunicarse, por años todos le tuvieron lástima o se complacían en maltratarlo, ese joven huyó del pueblo con la intención de no volver, quería desaparecer, no esperaba una cura, vino buscando la muerte.
No sabía que decir, eso era algo que nunca me habría imaginado, el dragón continuó:
-Después vinieron otros, pero ninguno con la nobleza de ese joven, todos querían riqueza, admiración, o les movían malsana curiosidad, por eso no pudieron salir, en cuanto a ti, ya has despejado tus dudas, ahora súbete en mí, de otra manera no encontrarás la salida.
Con mucho esfuerzo escalé hasta su lomo, hechizado por la textura y el brillo de sus escamas, todo él parecía hecho con polvo de piedras preciosas, piedras vivas cuya pulsación poderosa me hacía temblar conforme escalaba, cada átomo, en cada grano y en cada escama despedía tal energía que me traspasaba, dándome la impresión de que licuaba mi cuerpo, cuando por fin alcancé su lomo me afiancé a una de sus crestas y en cuanto me acomodé escuché nuevamente el sonido del derrumbe y sentí mi cuerpo tan transparente como el de un fantasma, el dragón se movió atravesando rocas, deslizándose por túneles, algunos en penumbras, en cuyos muros se apreciaban rostros esculpidos de ángeles y demonios por igual, pero otros perfectamente iluminados mostrando columnas talladas con grabados recubiertos de oro y plata, paredes incrustadas con cristales de gemas multicolores formando increíbles decoraciones, muros pintados representando vívidamente escenas de batallas entre seres fantásticos o de criaturas solazándose en paisajes tan bellos como extraños, cruzamos galerías y salones divididos por arcos y bóvedas, más le pareció estar en catacumbas, o templos de fantasía que en las entrañas de los barrancos, estaba mudo de asombro, tanta majestuosidad y estremecimiento sólo podían percibirse ínfimamente en castillos, en mezquitas y catedrales antiguas, actualmente abandonadas o saqueadas, el dragón dijo:
-No soy un genio para andar concediendo deseos a cualquier fanfarrón que se presenta, a tu antepasado le ofrecí quedarse porque no temía la muerte, pero por amor a sus padres prefirió volver, ahora te pregunto: ¿qué quieres tú?
Mi mente flotaba como en un torbellino, estar en lomos del dragón me hizo conocer por fin paz y felicidad, no tenía deseos de bajarme; recrear una leyenda, la que más había impresionado a mi abuelo le hacía también partícipe de ella, haber comprobado su realidad compensaba con creces las burlas de mi familia, mi inadaptabilidad a la sociedad y los sustos pasados, por eso me sorprendí a mí mismo contestando:
-Nada, ya no quiero nada.
El estrépito del derrumbe se hizo tan intenso que lastimó mis tímpanos, seguido de una luz cegadora, desconcertado cerré los ojos, me apoyé y aferré fuertemente la cresta, entonces una oleada de calor me envolvió, pero no era un calor sofocante como el de las llamas o el de la radiación solar, era algo diferente, algo que al mismo tiempo entraba y partía de mí, comparable tal vez al arrobamiento de los santos en oración o qué sé yo, el ruido entonces fue disminuyendo su intensidad hasta hacerse imperceptible, a continuación unas gotas de agua golpearon mi rostro y al abrirlos me encontré abrazando una gran estalagmita, las gotas caían del techo y la claridad que entraba por el boquete me indicaba que estaba en la boca de la cueva, no tenía ni mi caso ni mi cuerda cerca por lo que deduje que no estaba en el lugar por donde había entrado, tardé todavía un rato en reaccionar, procurando recordar la sensación de ingravidez en mi cuerpo y las increíbles galerías que acababa de recorrer, ¿por qué había respondido de esa manera? Me dolía regresar otra vez a mi condición de homínido y permanecí un buen rato acariciando la estalagmita antes de resignarme a salir, había perdido la mochila con el mapa así que no sabía dónde me encontraba ahora, sin embargo no me importó y una vez fuera de la cueva comencé a entender que al no poder ya mi abuelo cumplir su sueño de cierta manera me encargó a mí vivirlo por él, y ahora que lo había hecho una emoción nueva me embargaba, todo mi ser estaba satisfecho y feliz conforme emprendía el camino de regreso porque nada en el mundo podía ser ya más interesante para mí que mi aventura, y yo estaba dispuesto a compartirla para evitar su olvido.