Un doce de antaño enero,
con los fórceps yo llegué,
y pronto me acurruqué
en el maternal \"te quiero\".
Le traje amor verdadero,
a mi primeriza madre,
también, (porqué no), a mi padre,
que hasta el nombre me asignó,
mi abuelo se desveló,
(quería ser el compadre)
Quería ser el compadre,
pero no pudo asistir
al bautizo, y hubo de ir
un tío, por el descuadre.
Una tía (la comadre),
esa sí me bautizó,
por otra que no llegó...
y así, llena de padrinos,
madrinas, por mil caminos
la niñez mía, pasó.
La niñez mía pasó
en Lomas de Blanquizal,
y que me portaba mal,
alguien a mí me contó.
La enfermedad me llegó,
cuando tres años tenía,
(asma como compañía)
problemas al respirar,
apenas comencé andar,
se esfumaba mi alegría.
Se esfumaba mi alegría,
porque a mi hermana perdí,
y recuerdo que yo ví,
su caja blanca aquel día.
Una tía, me mentía,
para aliviar mi tormento,
y no fue bueno el invento,
pues atrofió mi inocencia,
(permanece en mi conciencia,
siempre ese triste momento).
Siempre ese triste momento,
yo lo suelo recordar,
sin que lo llegue a olvidar,
sigue en el alma el lamento.
Tristezas, vayan al viento,
para seguir con mi historia,
que falta en mi trayectoria,
mi hermano y la adolescencia,
(rebeldía e impertinencia,
que precisa la memoria).
De rebelde adolescente,
y siempre enamoradiza,
pasé a joven, y una tiza,
se adueñó de aquel presente.
Responsable y exigente
(tenía diecisiete años)
domé estudiantes huraños,
con mieles porque eran niños,
dí lecciones y cariños,
a conocidos y a extraños.
A conocidos y a extraños,
arrullé con mi bondad,
y también sinceridad
para moldear sus peldaños.
Bordé con amor los paños,
que abrigarían a mi hijo,
(aunque mi madre predijo,
la llegada de una nena)
lo abracé firme y serena,
y con un gran regocijo.
Y con un gran regocijo,
en mi segundo embarazo,
pude tener el abrazo,
femenino que se dijo.
Ya no quedaba acertijo,
dos fueron mis herederos,
que alumbraron mis senderos,
y hoy andan multiplicados,
en cuatro nietos amados:
dos estrellas, dos luceros.
Dos estrellas, dos luceros,
que son mi constelación,
sangre de mi corazón,
vendavales, desesperos.
Son botones mañaneros,
que alegran mi despertar,
que no me dejan pensar,
en disgustos, ni en pesares,
ni dilemas, ni en amares,
¿en hombres? ¡ de esos ni hablar!
De hombres, no pretendo hablar,
porque pude ser feliz,
y en mi destino un desliz
me eliminó el verbo amar.
Tal vez pueda reiniciar,
pero ya no tengo prisa,
siento en mi rostro la brisa,
manantiales en mis ojos,
chocolates van de antojos,
y en mis labios, la sonrisa.
Y en mis labios la sonrisa,
porque ella es mi amuleto,
certeza de lo concreto,
cual de un hombre su camisa.
Mi vida, que se va aprisa,
me va dejando un mensaje:
\"disfruta el bello paisaje,
que ofrece naturaleza,
y olvida ya la tristeza,
que hay que vivir con coraje\"