... a mi padre.
Hombre humilde, pecho grande,
Portezuelo fué tu cuna,
el trigo llegó más tarde
correteando tras la luna.
Creciste en esos campos
salpicados por las uvas,
el tiempo, con sutil encanto
te transformaba en ternura.
Se recuerdan tus consejos
con palabras siempre amables,
la violencia siempre lejos,
gran amigo, digno padre.
Porque al lado de mi vieja
pudieron darle a sus hijos,
ni la ambición, ni riqueza,
solo cariño y cobijo.
Tus manos, las arquitectas
de la harina y de la masa,
y con pocas herramientas
trajeron pán a la casa.
La gente mucho se esfuerza
en tener más que los otros
¿de qué vale tanta guerra,
tanto brillo entre nosotros?
Estudiar en esos años
era un lujo de pudientes,
y no era muy extraño
pisotear a la otra gente.
Yo por eso tengo orgullo
cómo potrillo salvaje,
haber sido un hijo tuyo
viejo de noble coraje.
Siento un apretón de mano,
en la garganta un quejido,
y con lágrimas de humano:
¡adiós padre tan querido!
(Chofa)