Alberto Escobar

Basilio y Quiteria

 

Al fin y al cabo Quiteria prefirió
la pobreza de Basilio frente a la opulencia
de Camacho...

 

 

 

Sabes que contigo pan y cebolla,
que no necesito joyas ni caudales
para quererte siempre a raudales
hasta que me cueza en la olla.
Camacho quiso llevársela al huerto,
mas Basilio no estaba ya dispuesto
a soportar la afrenta de su pobreza;
dispuso opípara una mesa de viandas
y golosinas varias y encantó a la novia.
Camacho, sorprendido cual pontífice
arrebatado de su tiara, aduce en contra:
Podrás por fecha señalada tal dispendio
hacer pero mañana, tus deudas miles
te harán consumirte sin posible remedio.
Basilio, ni corto ni perezoso, arremete
la afrenta y contesta ufano: Mañana Dios
dispondrá, pero hoy, que venga y me quite
lo bailado, que estaré esperando sentencia.
Camacho, abochornado por tanto ingenio
y perspicacia, gira el rostro, mira a su hermana
mayor, que baja la mirada, y desaparece
dejando sobre la estancia todos los manjares
que cual vendaval desplegó engreído 
sobre mesas y aparadores —ovación general. 
Quiteria, con una sonrisa de oreja a oreja,
se acerca a su héroe para rendirle pleitesía
y, coronándole con un beso profundo, dispone
misa y corte para que se oficien litúrgicas las bodas.
La comparecencia entusiasmada corea su nombre,
se abalanza en tropel sobre Basilio y lo eleva al cielo
cual en otro momento hicieron con Sancho Panza
en aquella venta que parecía un castillo. 
Y colorín colorado, estas bodas han terminado.