Te absorbo la pulsación,
el flujo pensante,
la duda terrena,
el miedo a la sombra
y vuelvo a la vieja costumbre
desmigajando horizontes,
la piel sacudida
por ataques casi religiosos
esperando la lluvia,
el desenlace de todo
lo que llamamos vida,
pobre de ilusiones
bebiendo el vino de la envidia
sin tu paz que me colme
ya visible la tumba,
y yo que nunca supe de dioses
ahora escucho sus voces
ofrecerme la última
para salir de esta hipnosis
y traerme la jungla
como un don que corrompe,
caído tanto en absurdos
que ya empiezo a perder las razones
para que esto aún dure
sobre el vacío de unos ojos insomnes
buscando siempre
lo que dentro se esconde
lejos de calendarios,
con la sed en las venas
y una viva intuición
de que algo se ha roto
alrededor de lo que soy
yo u otro
en la ecuación
un ciego o un tonto.