A veces,
quiero volver al mundo que construimos
de miradas verdaderas y besos de los que
rebosaban amor por las comisuras
y goteaban por el cuello en forma de abrazo
hasta cubrirnos por completo.
A veces,
pienso en ensuciar los ojos de lágrimas
que nos encharquen el alma de tristeza
para que hagamos esas promesas que se dicen
aquellos que desolados y arrepentidos creen
que todo volverá a ser igual.
Pero, ¿para qué engañarnos?
Mi decisión no fue un pensamiento repentino
que aterrizó en mi cabeza para convencerme.
Fue una descomposición paulatina
que fue impregnando mi corazón
de un fuerte hedor a podrido.
No fue que se me acabara el sentimiento de repente,
fue un adiós prolongado que me fue creciendo,
enredándose por dentro con mis huesos,
subiéndome hasta el pecho y oprimiéndolo
para que lo dejara salir.
El tiempo que estuvimos juntos fue
como un baile en el salón de un palacio:
me sentí princesa entre tus brazos dorados,
tú eras el príncipe que siempre había soñado,
pero la música dejó de sonar: el baile ha acabado.