Lourdes Aguilar

REGALO DE BODAS

  Celia y Ana eran gemelas idénticas, al menos durante sus primeros meses de vida, pero por azares del destino la primera comenzó desde pequeña con una serie de enfermedades desconocidas que afectaron su apariencia hasta dejarla como una versión deformada de la otra, es decir, compartían por igual características físicas como el color del cabello, los ojos, la boca, la nariz, la pigmentación de la piel, pero Celia, conforme crecía iba desarrollando defectos tan notorios como la caída del cabello, de pestañas, falta de visión, de audición, infecciones que dejaban su piel reseca y manchada, la boca fue curvándose hacia un extremo perdiendo la simetría de su rostro, por si fuera poco empezó a padecer dolores de columna que la obligaban a encorvarse y cuya postura la hacía más baja de estatura que su hermana, los estudios que le hicieron no arrojaban nada anormal y los tratamientos fueron ineficaces para aliviar o corregir las secuelas resultantes, antes de los padecimientos de Celia las hermanas eran muy unidas, pero conforme los síntomas comenzaron a aparecer Ana comenzó a alejarse emocionalmente de Celia, evadiéndola, negándose a jugar con ella y cuando y al entrar a la escuela el contraste se hizo más evidente, porque Ana gozaba no sólo de vitalidad y salud sino de un carisma contagioso, siempre estaba rodeada de amigos y planeando proyectos, Ana era firme y extrovertida desde pequeña, cosa que no dejaba de extrañar a sus padres, pues tal parecía que mientras una brillaba la otra se opacaba en la misma proporción, sin saber que hacer dejaron las cosas a la mano de Dios, pero no podían evitar sentirse más atraídos por la personalidad de Ana mientras el trato a Celia era más piadoso, como si ella hubiera sido un experimento fallido en la zaga familiar, cuando Celia comenzó a tener uso de razón y vio el extraño e inexplicable cambio en su fisionomía se llenó de tristeza y frustración, no sólo por falta de respuestas a su metamorfosis sino por el distanciamiento de Ana y las constantes comparaciones de sus compañeros, compañeros que inconscientemente gozaban poniéndole apodos mientras Ana, lejos de defenderla compartía sus burlas; en esas circunstancias prefirió dejar la escuela al terminar la educación básica para refugiarse con su madre en las labores del hogar y en el oficio de modista que ella le enseñó. Ana por su parte aprendía danza, piano y constantemente era invitada a excursiones y fiestas, sus padres la consentían disfrutando a plenitud su juventud sin cuestionarse por qué había acaparado toda la belleza y dinamismo; para ella Celia era una sombra sin aspiraciones, un mueble más en la casa y de quien nada interesante se podría oír.

 Celia por su parte se acostumbró a su reducido mundo de telas, hilos y encajes, prefiriéndolo mil veces a escuchar las comparaciones de los vecinos y compañeros de la escuela entre ella, la bestia y Ana, la bella; sus salidas se reducían a acompañar a su madre a las compras semanales y a la iglesia los domingos y cuando se celebraba alguna fiesta en la casa ella prefería evadirse en la intimidad de su habitación y espiarlos desde la cortina de su ventana, no porque le disgustaran las fiestas, Celia realmente sentía impulsos de bailar y formar parte de algún grupo, pero llevaba mucho tiempo aislándose a causa de su físico e incubando siempre la misma pregunta: ¿por qué?¿por qué Ana era hermosa y tenía el mundo a sus pies mientras ella era el adefesio sin futuro? A veces sentía deseos de irse a donde nadie la conociera ni supieran que tenía una hermana, a donde pudiera desarrollarse, estudiar, tener amistades con quienes salir, viajar, ya no le importaría su físico porque nadie tendría con quién compararla, pero así como se formaban sus ilusiones también se esfumaba al recordar que eso no cambiaría nada, la imagen de Ana con todo su esplendor la perseguiría porque un poderoso vínculo las unía, no era justo, Ana no tenía por qué ser tan egoísta ni insensible, tal pareciera que aprovechaba ese vínculo para absorber como vampiro insaciable hasta sus propios atributos, aún así, a pesar de llevar la peor parte Celia no se sentía capaz de odiar a Ana, era su hermana, una parte suya latía en ella, la parte generosa y humilde, escondida y olvidada, la que contribuía a atraer tantas bendiciones.

 Cuando doña Matilde le enseñó el oficio a Celia se alegró de su rápido aprendizaje, pues a pesar de su falta de visión era precisa y diligente en el arte, nunca desperdició una tela y todas las prendas que salían de sus manos se adaptaban perfectamente al cuerpo de los clientes por lo cual no era necesario hacer arreglos, con el tiempo Celia fue tan solicitada como su madre para la elaboración de ropa, cortinas y otros tipos de trabajos, lo cual compensaba en cierta forma sus sentimientos de inferioridad, pero el tiempo pasaba sin respuestas para ella y la interrogante seguí en su mente como el gusano escondido en la fruta: ¿por qué ella y no al revés? Si Ana fuese la fea ella no sería tan indiferente ni descaradamente feliz, Ana irradiaba fuerza y simpatía por todas partes mientras Celia sólo contaba con una máquina y su habilidad para darle forma a las telas, en esos momentos se torturaba pensando que Ana le había robado su salud y sus ganas de vivir, no había explicación médica para su deterioro físico, los ministros de la iglesia no supieron confortarla, alguna vez, tanto por desesperación como por curiosidad recurrió a la lectura de cartas pero las respuestas eran muy ambiguas, unas culpaban a algún pariente rencoroso, otros a una encarnación maligna muy complicada (y costosa) de alejar, todo ello le resultaba demasiado confuso y doloroso, la incertidumbre y la frustración la convirtieron en una joven insegura y melancólica, a ella también le hubiera gustado aprender a bailar, a nadar, hubiera podido asistir a fiestas donde no la calificaran como “la hermana fea de Ana” sino simplemente como Celia Medina, pero no, las cosas no eran así, Ana destacaría siempre, el sólo verla le recordaría siempre lo que pudo ser y no fue, Ana no le contaría sus cosas como hacían otras hermanas ni la abrazaría ni le daría un beso solo porque sí y hasta sus padres, sin proponérselo celebraban más los continuos éxitos y aventuras de Ana que la fiel compañía y la constante demanda de los diseños de Celia.      

  Así pasaban invariablemente sus días hasta que a los veinte años, espiando en una de tantas fiestas, Celia quedó impresionada con un simpático joven que acompañó a Ana durante toda la noche, era aquél un joven alto, de profundos ojos cafés y boca ancha, alegre y esbelto que despertó en ella un nuevo sentimiento, el deseo de contemplarlo, estudiar sus rasgos, grabárselos bien, era la primera vez que alguien del sexo opuesto le atraía, pues ni en sus años adolescentes hubo algún muchacho, vecino ni compañero suyo o de Ana que la hiciera sentir inquieta, para ella ésas ilusiones estaban enterradas en algún escondrijo de donde salieron apelotonándose en esa fiesta, disparados tal vez por la atracción que Ana ejercía en el joven, juntos formaban una bonita pareja, cosa que le recordó sin proponérselo cuán diferentes eran, Celia no durmió esa noche, estuvo evocando al joven, sus gestos, su voz, su mirada e inevitablemente se sintió más desdichada que nunca, pues ésa era otra ilusión vana, ese joven tan encantador tampoco sería suyo, eso se lo repitió incansablemente hasta que el cansancio y las lágrimas la vencieron al amanecer. 

  Una extraña sensación se apoderó de ella conforme el joven empezó a frecuentar la casa, pronto se sorprendió  al esperar ansiosa las visitas destinadas a su hermana y sofocarse internamente cada vez que ella lo abrazaba y besaba cariñosamente; para ese entonces Celia había logrado conservar su cariño por Ana a pesar de su indiferencia porque a pesar de todo prefería creer que su belleza e inteligencia eran un regalo al que ella había renunciado voluntariamente y eso la consoló durante los últimos años, pero ahora, al verla tan dichosa con Andrés lo sentía como un verdadero sacrificio, un péndulo que creía lejano y ahora se regresaba para despedazarle el corazón y exprimirle la vida a través de abundantes lágrimas clandestinas; Andrés pudo ser confidente de sus ilusiones, el ser amado con quien jugar y compartir proyectos, Andrés pudo ser el hombre a quién entregar ciegamente sus sueños nocturnos, sus estertores de pasión que le aguijoneaban al verlo y juntos conocer otros horizontes, pero no, él estaba embrujado por los encantos de Ana, encantos que también eran suyos y no podría darse cuenta de que ella era quien suspiraba por besarlo y recorrerlo, sin embargo el sufrimiento de verlo en brazos de Ana le parecía más tolerable que el sufrimiento de no verlo y por eso los espiaba o a veces salía con cualquier pretexto con tal de pasar cerca procurando sepultar en su garganta y en su mirada el gran amor que había desarrollado por él; porque aún cuando no estuviera conforme con el deterioro de su físico por lo menos podía tolerarlo al verse reflejada en el espejo, no le importaba ya ser simplemente una hábil modista confinada a un cuarto lleno de metros de tela para combinar e inventar trajes que las demás mujeres usaban coquetamente por las calles, en el cine o en los bailes mientras su creadora, como un hada madrina se conformaba con vestirlas, hasta entonces se dio cuenta de que el tiempo había pasado para todos, menos para ella y así continuaría hasta el final de sus días cuando se esfumase detrás del escenario de su propia familia y le torturaba la idea de pensar que no podría demostrarle a Andrés que ella era tan tangible como Ana e incluso podía ser más apasionada. Los días corrían implacables y llegó la ocasión para los novios de sellar su compromiso y fijar una fecha para la boda. Celia, sabiendo lo que eso significaba se prometió en un arrebato de desesperación no perder al hombre que tanto la había perturbado sin querer; no se trataba de un simple capricho, era uno de los derechos que Ana le había arrebatado, por eso, en la soledad de su cuarto y durante sus enfebrecidas fantasías supo que podía y debía transmitirle su amor por algún medio y estudió en su mente alguna manera de hacerlo, Andrés representaba su única oportunidad de amar en la vida y no podía dejarlo ir, en la oscuridad de su cuarto, rodeada de telas, encajes e hilos, él era una imagen magnífica, una masa compacta, vaporosa y brillante que abarcaba todo su cuarto y que parecía en cualquier momento escaparse por la ventana y no regresar más, Celia tuvo que hacer un gran esfuerzo por retenerlo, “espera, espera, ya sé cómo llegaré a tí…” le decía antes de quedar dormida.

      A Celia le costó mucho trabajo convencer a su hermana para que le permitiera confeccionar el vestido de novia, su madre tuvo que intervenir para que accediera a darle una oportunidad y aún así fue advertida por ella de que encargaría otro por si acaso el suyo no era de su completo agrado, cosa que no la desanimó en absoluto y a partir de ese momento se dedicó por completo crear el vestido perfecto para Ana, guiándose por su instinto y su amor escogió la tela y materiales preferidos de Ana, pues no en vano mantenían un lazo invisible, su amor se prestaba a formar en sus delirios nocturnos el vestido que comenzó poco a poco a tomar forma, cortó la tela con precisión de cirujano, impregnándola con sus dedos de emociones y estremecimientos al imaginarse al costurarlos que armaba su propia piel, una piel suave e irresistible al tacto de Andrés, como si en realidad ese vestido fuese para ella misma, cada detalle, cada medida era un molde que ocultaría sus sentimientos y se adheriría al espigado cuerpo de Ana quien ni siquiera se tomaba la molestia de ver el desarrollo de la obra; la reclusión de Celia hubiera pasado desapercibida para los demás si su alegría no fuera tan desbordante: por primera vez la escucharon cantar, andar con paso firme y desinhibido cada vez que era preciso salir o hacer alguna diligencia, reía sin motivo aparente y bromeaba con sus clientes, sus papás estaban sorprendidos y contentos y Ana pensó que tanta meticulosidad la estaba dañando, pero prefirió no intervenir pues tenía muchas cosas que hacer para preparar su boda. Mientras sobre la máquina, Celia sentía como su amor se concentraba en los carretes de hilo, en la tela intensamente blanca, en los delicados encajes, en las frágiles hebras del velo y en las pequeñas incrustaciones de pedrería, era algo tan sublime que podía sentirse atravesada por la aguja y extender en el aire el vestido para detectar el más mínimo error y corregirlo, en la noche podía verlo perfectamente terminado y ella misma portándolo porque por primera y última vez exigiría lo suyo, así, conforme avanzaba su emoción crecía al percatarse de la perfección del vestido que se amoldaría como una segunda piel (su misma piel) al cuerpo de Ana y que sería quien primeramente estuviera en contacto con su amado Andrés, tan sólo de imaginarlo sentía cosquillas en el estómago, ese era verdaderamente el motivo de su felicidad.

     Después de un mes de intensa labor y desvelo, Celia, cansada pero satisfecha le enseñó su obra a Ana, ésta, deslumbrada por la calidad del trabajo y la minuciosidad de los detalles quiso probárselo y al hacerlo tuvo que reconocer que era simplemente soberbio, ningún otro podría quedarle mejor, la magia de Celia había funcionado, el vestido era tan perfecto que se diría había crecido con Ana y resaltaba su hermosura, el velo por su parte poseía un misterioso efecto al ocultar su rostro, como si al levantarlo diera la impresión de que aparecerían dos, uno tangible y otro áureo, irresistiblemente hermoso y seductor.

      La fiesta que siguió después de la boda religiosa fue animada y espléndida, allí se podía percibir el buen gusto de los nuevos esposos y sus respectivas familias, quienes auguraban una dicha prolongada, Celia, contrario a su costumbre, se arregló y se presentó al suntuoso local para disfrutar la fiesta, por primera vez no le importaron las miradas de parientes y amigos, ni las alabanzas a la novia, porque al escucharlas sabía que la alababan también a ella y cuando los novios bailaban era Celia quien sentía los dedos impacientes de Andrés y su mirada ansiosa, su plan había funcionado y aún faltaba lo mejor, la fiesta transcurrió muy animada aún después de que los desposados escaparon discretamente hacia un conocido destino en la playa. Una vez en su casa Celia se desplomó inconsciente sobre la cama dejando que su alma se transportara a la alcoba nupcial; momentos después Ana sentiría como su temperatura se elevaba y en su vientre se encabritaba como yegua salvaje cuyas coces atacaban impacientes sus paredes, aquello no pasó desapercibido para Andrés, quien instintivamente sintió el primitivo deseo de aplacar a la bestia oculta en el interior de su ahora esposa. La brisa del mar y los destellos de la luna penetrando por el balcón abierto contribuirían a conformar la vorágine de pasión que se desataría en el interior de la habitación; Ana perdió la conciencia de sí  misma conforme los ansiosos dedos de Andrés, como marabuntas en tropel recorrían su cuerpo y su boca nadaba en un río de pirañas, mientras la yegua arisca recién liberada embestía contra el intruso que invadía su territorio; Andrés, extasiado, no podía imaginar que lidiaba no con el erotismo de Ana sino con el amor ciego de otra gran mujer que se  entregó a él a través del cuerpo de su hermana gracias a un traje, un vestido elaborado con la pasión de una mujer olvidada sin más deseos que consumir en una sola noche todo el amor que le fue negado, Ana se enteró unos días después del inexplicable fallecimiento de Celia acaecida durante la noche de bodas, su madre le dijo que la creyeron sumida en un hermoso sueño pues exhibía una gran sonrisa, lucía fresca, lozana  y hasta bella, imposible creer que estuviera muerta; por primera vez Ana sintió pesar, un vago sentimiento de arrepentimiento por haberse alejado de Celia sin razón, por no acompañarla en su soledad, de alguna manera sabía que algo en ella también murió y asimiló el amor puro que compartieron juntas durante meses antes de ver la luz.