Añoran mis pupilas, amor,
tus ojos, en las frías noches del oscuro invierno
que acarician las pestañas de los pastos vacíos
que emigran a los núcleos urbanos inertes y siniestros.
El opaco cristal que refleja mi sombra
tan solo refleja, eso, muchedumbre podrida
que se escampa entre el vasto monte de lágrimas
perdidas;
que se escampa entre el difunto hombre que duerme entre sus migas.
Y se ve allí a la pobre niña mutilada
cuya infancia fue arrebatada por sus guerras,
guerras adultas e inútiles, disparos varios, más inútiles todavía;
la niña se siente como en su peor Minerva.
Y esparce un charco de oscuridad tan amargo
que cuando roza un cristal de algún zapatito inocente
éste se transforma en fusilamiento de corazones puros
que no merecen ser muerte en tan tristes momentos de la vida.
Y afuera ya no hay barrotes, mas la niña,
con sus labios encarnados y el alma llena de sangre manchada de dolor
intenta lanzar su último aliento contra aquel imaginario
mas no consigue salir de la cárcel que la mantiene.
Esconde sus manos en su cabeza y,-entre suspiros-
ahorcáse) su cuello como muñequita de porcelana
mientras el aire le falta, el mundo la apuñala,
y de nuevo se va el aire que alguna vez ha venido.