Transpiro el olor amargo que me conforma,
me perfumo con imágenes ajenas
pareciendo lo que creen que soy
descontando penas añejas.
Invadido por el eco de tu nombre
espabilo de vez en cuando
y escampa mi tormenta,
se abre un efímero claro en el cielo.
Si se logra colar un rayo
hasta me caliento,
me enfrío cuando el viento,
somnoliento,
me arranca el suspiro
danzante del beso
que nunca llegó a mis labios.
Me confundo entre la gente,
a la noche cavo una madriguera
o hago un nido cuando vuelo
y me arranco el corazón
para que crezca uno nuevo.
Bebo un sorbo de veneno
para quitarme la sed
que me da recorrer un mundo
invadido por seres inexistentes,
mecanizados, moribundos.
Cada cien años me invento un nombre,
o enamoro alguna ninfa
y termino por beberme sus latidos,
cocino a fuego lento las palabras
y nunca hablo del olvido.