Joseponce1978

Grillos en enero

Junto a la obra donde trabajo esta noche pasa un camino de tierra que cruza a través de extensas fincas de lechuga, y pegada al camino, una encina cuyo tronco casi no abarco con los brazos deja constancia del imperturbable transcurrir de los siglos. Cada vez que veo un árbol de este porte, aunque vaya con prisa, me detengo para arrodillarme ante él y hacerle reverencias. Cuanto tiempo necesita una encina para para alcanzar tamaña presencia... más de un siglo seguro. Cuando, no muy lejos de aquí, un artefacto nuclear cayó en la playa, y acudieron algunos políticos a bañarse con el fin de demostrar a los turistas que no corrían el riesgo de terminar convertidos en siluros si se metían en el agua, la encina estaría celebrando su 100 o 200 cumpleaños. En tiempos de guerra civil, sus ramas se estremecían ante el estallido de las bombas. Incluso me atrevería a decir que la germinación de la bellota que dio origen a tan magna obra coincidió con la extinción de los dinosaurios. Cuantas veces me habré preguntado por cómo sería hoy la tierra de no haber impactado con aquel inoportuno meteorito; con una mierda de diplodocus esta encina tendría alimento para varias décadas.

Como si de una conjunción de astros se tratara, alguien ha dejado apollada una silla sobre una de sus ramas principales , y como el que más o el que menos ha soñado alguna vez comerse un bocadillo a la sombra de una encina milenaria, no me iba a quedar con las ganas. ¿Es posible comerse un bocadillo de chorizo a la sombra de una encina milenaria a las 10 de la noche? Todo es posible con luna llena, y aunque ya se esté desinflando, estos días atrás he saboreado la experiencia. Se la recomiendo a todo el mundo.

Ha quedado una noche tranquila después de un día de viento huracanado, lo cual no soporto, y antes prefiero que me pille una tormenta de sapos a la intemperie. El viento fuerte me entra por un oído y antes de salir por el otro, forma entre los huecos de mi cerebro tempestuosas corrientes que me congestionan el entendimiento. Por eso siempre me tapo un oído con la mano en días como hoy.

Estamos a mediados de enero y los grillos siguen cantando. Salvo 4 ratos contados, el frío no ha hecho acto de aparición, lo cual deja 2 lecturas: la parte buena es que no he pasado frío estos 2 últimos meses de bastante trabajo con largas jornadas nocturnas, pero la contrapartida es que a ver quien nos saca del horno este próximo verano.

Aunque la noche sea cerrada y no consiga verme ni las botas, en actitud contemplativa, como de costumbre, intento averiguar si alguna araña se descuelga de la encina con malas intenciones; para cobijarse entre mis canas. Entre la noche y mi pensamiento se establece una silenciosa complicidad propicia para darme a conocer las singularidades oscurantistas que se ocultan tras el vívido resplandor de Sirio. Me encuentro a pocos kilómetros de la costa y mientras me encajo el bocata, al fondo, el giratorio haz luminoso de un faro marítimo me da a entender que aún no voy a la deriva. Menos mal