Te sientas al borde de la música,
hundes tu corazón en los abismos
de la vibración que producen las cuerdas,
de la luz que se propaga en el ambiente
que entra por la ventana y rebota
hacia no se sabe dónde.
Y es entonces cuando todo se transforma...
El aire se respira como limpio,
las paredes se encogen hacia tu cuerpo
y la habitación susurra como un niño
que estuviera contándote un secreto.
El tiempo se detiene para mirar
cómo te entregas a la guitarra,
cómo te fundes en su abrazo
y no sabría decirte si tú la tocas a ella
o ella a ti.
Y así, tan tú, tan en ti mismo,
te observo depurarte, desahogarte,
olvidarte del mundo de ahí fuera,
desinhibirte, desestresarte, sentir,
mientras yo, tras cada nota
me enamoro un poquito más de ti.