En busca de consuelo, Julián, el carpintero,
se fue de su pueblito con deudas, sin dinero.
Con ansias de futuro, de amor y libertad.
Su nieto lo acompaña con todo el equipaje
a pruebas de pobreza, pensando que el paisaje
un día se hace ruinas. No existe otra verdad.
Cansado de aquel viaje, tan prohibido y crujiente,
se escucha en los potreros la bulla de la gente,
ladridos de los perros, quejidos de mujer.
Julián le dice al nieto, lombardo y clandestino:
—Nos quedan trece leguas de paso en el camino
y siento que en el alma la gnosis se ha de ver.
Después de aquel silencio, Julián, el carpintero,
descansa y continúa siguiendo un hormiguero
que transporta, al dislate, cosecha de maíz.
De pronto se oye un ruido de un hombre con carreta,
el yugo lleva en hombros y carga muy repleta.
Resulta ser un viejo llamado Codorniz.
—Abuelo— dice el nieto con dudas en los ojos
—se nos acaba el agua, las risas, los enojos
y ni siquiera llegan señales de un lugar.
—Tranquilo— dijo el viejo de acento tan divino
—¿ya ves aquellos bueyes?, los trae un campesino.
Seguro que conoce, pues vete a interrogar.
—¡Oh noble jornalero!— Le dice el niño al hombre
—Espero no se asuste, no hay nada que le asombre,
no somos ni ladrones ni vamos a robar,
pues somos dos migrantes en busca de certeza,
vinimos de un pueblito ceñido de pobreza.
Ya sé que usted comprende, no tengo más que hablar.
—Valientes caminantes— saluda aquel cambista
—¡Qué sorpresa se me ha hecho tenerlos a la vista,
pero, aún no confío qué plan les da la luz!
Si son tan pobrecitos, yo les daré trabajo
en donde cada sauce con ritmo escarabajo
se encargue del ganado que viene de altramuz.
Si nada les molesta del noble soberano,
seguid acá mis huellas o bien me dais la mano,
subid a mi carreta que cerca estamos ya.
Decidme ¿qué los trae por este pueblo ingrato?
¿Acaso habéis robado? ¿Qué quieren con el trato?
Contadme las verdades que necio el tiempo está.
—Pues bien, querido amigo, la vida nos apremia,
y existe la gran deuda que tienta una epidemia.
Quedamos sin trabajo. La triste tempestad.
Mi nieto va conmigo cargando sin horario
la deuda tan debida por causa de un salario
y ahora, la esperanza codicia la maldad.
Curré de carpintero, los años son cuarenta
y le debo a una empresa la vida y la herramienta;
fortuna que subyuga con témporas de amor.
Por eso he reportado jaurías por los años,
leones por los meses, tristezas por engaños,
siguiendo todavía las trampas del hedor.
Al paso dialogado los bueyes se detienen
y salen cuatro mozos muy firmes y mantienen
al carretón la vista, bajando Codorniz.
—¡Descarguen la carreta!— Les dijo el viejo airado
—y junten a los bueyes con todo ese ganado,
que exhalan por los poros y suben la nariz.
Se baja el carpintero, también su excelso nieto,
cansados de aquel viaje (bravío parapeto
sostiene los renglones del lánguido corral)
y Codorniz les cuenta que su vida de arriero
le trajo gran ganancia, fortuna con dinero:
poder muy legendario que sube la moral.
Llamando a su morada la plebe lo acompaña,
como una caravana tentando una montaña,
en busca de un buen sueldo con máculas de abril.
Así, los allegados se entienden con los otros
y empiezan ensillando las mulas y los potros
llevando a los potreros ganado juvenil.
Pasaron nueve meses, Codorniz gimoteaba
y pronto a aquellos mozos tristeza le llegaba
debido al campesino que de pronto enfermó.
El viejo quebrantado, ceñido de agonía,
llamó a los albarranes sintiendo que moría
y todos sus tesoros intactos repartió.
Después de aquella muerte, Julián le dijo al nieto:
—Es bien que regresemos, ya tengo lo completo
para pagar la deuda macana de terror.
—¡Muy bien querido abuelo!— Responde con orgullo,
sonriendo con certeza, clamando su barullo
en donde un buen arriero recuerda un gran amor.
De vuelta por su pueblo, de tuba y de sombrero,
pagó toda la deuda. Trabajo tan certero
consiguió aquel anciano muy digno de razón.
Las huellas que se siguen con ansia cristalina
nos dejan esta historia de gente campesina.
Aquellos que trabajan con fe en el corazón.
Samuel Dixon