En la pared
tu nombre destacaba
con linda letra.
Éramos niños,
jugábamos sin freno
y a ser mayores.
Recuerdo el acto
de ir hasta la tapia
para escribir.
Nada mejor
que allí poner tu nombre
como tatuaje.
Y allí quedó,
pintado y bien visible,
para los ojos.
Todos los niños
sabían que tú eras
quien reflejaban.
Pura inocencia
que hoy, al recordarlo,
me hace reír.
Fueron instantes
vividos plenamente
siendo sinceros.
Aquellos años
no vuelven, ya marcharon,
con la pared.
Rafael Sánchez Ortega ©
18/01/23