De cara a Sierra Lora
Con timidez,
pero decidida,
empuja la argenta luna
los desgastados
resplandores del sol
a su ocaso.
Las encinas,
en su majestuosidad,
presienten escalofríos
de plateada noche.
Sus inquilinas hormigas,
bañadas en cobre,
abandonan las atalayas
en sus altas ramas
y
cosquilleando el tronco,
bajan presurosas a su morada.
La disputa,
si oro, si plata
y
el taconeo al descender,
rompen el silencio
del crepúsculo.
El lagarto
vuelve a su
aposento de granito
y
antes que su verde traje
se tiña de plata…
hace un guiño al sol,
bosteza y se adormila.
El céfiro hace una pausa
para invertir el termómetro.
Compiten las estrellas
en aparecer,
para,
ya
dueñas del azur,
regalar
a la reina de la noche
su parpadeante
mantilla.
Dispuestas al descanso
se difuminan las sombras.
Los grises del granito
abrazan su entorno
con timidez.
Sus micas,
espejos de eternidades,
rejuvenecen
‘in crescendo’
espiando a la luna.
Aves nocturnas
comentan,
aún sudorosas,
el insomnio diurno.
Yo…,
conmovido,
restriego mi espalda
contra la tibia pared de la casa.
¡Pirámide en mis pupilas,
felicidad
en mi noche!