El tren arriba a tu última estación, frenando suavemente como tu último suspiro. Ha llegado de imprevisto, pues creías que viajarías otro rato, pero las circunstancias han sido otras. Te toca abrazar a tus querides, darle un beso a tus recuerdos, acurrucarte con tus logros y desaciertos, pues en el andén te esperan la muerte y el tiempo. Entre lágrimas conocidas, te bajas sin equipaje en una estación reluciente nombrada como tu persona. El tren parte sin prisa, el tiempo y la muerte, inseparables e indivisibles, las ves entrelazadas, de las manos y la existencia. Te esperan con complacencia.
- No temas, aquí se terminan los significados, con ello el temor también. ¿Tienes algunas últimas preguntas?
- Si. ¿Porqué nunca me libré de la vergüenza?
- Porque siempre aspiraste al sol.
- ¿Alguna vez acerté?
- Siempre diste los pasos que decidiste dar.
- ¿Pude haber vivido más libremente?
- Caíste repetidamente presa al miedo, agachaste la cabeza y callaste la voz frente a la injustica, por ello nunca te perdonaremos.
- ¿Seré recordado? ¿Alguien repetirá mi nombre alguna vez?
- Por un tiempo quizás, luego caerás en el silencio del desierto. Pero tu grano de arena es inmenso como todos los que te antecedieron, el desierto creció contigo.
- ¿Estuve cerca de saber quién soy?
- Inalcanzable es tu fuente, pero como el sol te dio calor y luz.
- Acepto, muerte y tiempo, defecado como bueno muerto, me despido con ustedes hacia el olvido.