\"La vi en el féretro,
tendida, blanquecina,
mi querida Sophia,
su bellísimo semblante,
como siempre lo ha sido,
ahora parecía más una pintura sobre lienzo,
totalmente alienada de cualquier ademán,
inexpresiva como efigie,
aún así no abandonaba su sublime,
me provocaba dormir junto a ella,
acariciar su tersa y cerámica piel,
pero ese largo lienzo blanco ha de estragar mi sueño.
Nunca fue sangre de horchata,
mi dulce y sabia Sophia,
todo era encantador a tu lado,
digno de una santa.
Divina elección la mía,
de velarte a cajón abierto,
así podría conmoverme por última vez,
con tus ojos,
encarándome,
pasmados, abiertos como platos,
como si hubiera dicho una barbaridad,
o quizás me estés pidiendo consternada que te traiga de vuelta,
¿Por qué me ves tan asustada, querida?
Era yo a quien solías amar,
y ahora me confrontas impasible,
creo que debí ocluir tus pálpebras,
no puedo sobrellevar esta carga”.