Freddy Kalvo

Anécdota triste

 

Recuerdos de aquella tarde

se vienen hoy de repente:

¡Cómo gritaba la gente,

no miento, no es un alarde!

Aquello, un acto cobarde,

se dio donde yo vivía.

La gente solo corría,

queriendo mirar al hombre.

Y no escribiré su nombre,

pero sangrando moría.

 

Su cuerpo se retorcía

y la sangre lo anegaba.

Su mirada, algo buscaba,

pero nadie lo sabía.

La tarde se entristecía

porque llegaba el ocaso

y el hombre con su fracaso

dejaba una moraleja:

«La muerte siempre refleja,

que somos aves de paso».

 

En eso llegó su hermano

corriendo con mucha angustia

y con la mirada mustia

le agarró fuerte su mano.

¿Quién fue ese mísero humano,

que se metió hoy a tu casa?

¿Dime hermano, di qué pasa,

yo quiero saber su nombre?

¿Y dime, quién era el hombre,

que hoy tu vida entera arrasa?

 

Su hermano balbuceaba,

pero nada se le oía

y la sangre que salía

al compadre salpicaba,

cuando su boca limpiaba.

El momento fue muy tenso.

Producían cruel suspenso

las preguntas sin respuesta

con la escena tan funesta

de aquel pobre hombre indefenso.

 

El herido dio un suspiro

con dolor y despedida

porque la profunda herida

lo dejó sin un respiro.

Y emprendí pronto el retiro

cuando vi aquel cuerpo inerte

que miraba ya sin verte

con su pecho ensangrentado

porque el hombre desdichado

lo llevó la sacra muerte.

 

El compadre preguntaba:

¡Quién te hizo la cruel herida,

que te arrebata la vida?

Y viendo el cuerpo, lloraba.

Hoy temprano recordaba

aquella escena dantesca

y la pregunta grotesca

que pervive en la memoria

¿Y por qué habrá tanta escoria,

con el alma canallesca?