Mazmorras del placer
fueron los tiernos labios de su vulva,
presidio codicioso de mi miembro,
destino atormentado de mis súplicas.
El penal donde expiar las decepciones,
clemencia que apacigua la amargura,
umbral del paraíso
que llega si penetras su profunda
prisión pecaminosa,
allí donde se esconde excitada la lujuria.
La celda que confina
la dulce tentación de mis angustias,
ergástula mojada
de un acuoso rocío que es la espuma
que baña las paredes de su virgo,
desgracia para el juicio y del cuerpo la fortuna.
Encierro deseado,
el cáliz del que bebe en la penumbra
del exceso mi boca presurosa,
lamiendo de sus húmedas
rendijas los efímeros laureles
del éxtasis que me regalan sus bordes púrpura.