El puente roto
tenía mal aspecto
y le evitaste.
Diste un rodeo,
cruzaste más arriba
en un meandro.
Allí las piedras
dejaban que cruzaras
sin gran peligro.
Valió la pena
salir a aquella campa
cerca del bosque.
Porque surgieron
los sueños infantiles
de hadas y elfos.
Y, ¡cómo no!,
de nuevo, la sonrisa,
brilló en tus labios.
Viste la vida
en toda su grandeza
una vez más.
Y es que ese mundo
sencillo y de inocencia
surgía allí.
En el cuaderno
que el bosque te ofrecía
y entre sus versos.
En los colores
de árboles y de aves
y en sus sonidos.
\"El aire, el río,
la música del cielo
y tus latidos.\"
Rafael Sánchez Ortega ©
29/01/23