Esteban Mario Couceyro

Soy mi reflejo...

No quiero, no

que tus lágrimas

naufraguen mi barca.

 

Déjame huir del mar

olvidar las velas

henchidas de vientos.

………

 

Ya el sol seca el camino

y polvo serán mis pisadas

dejadas en la playa.

 

No quiero, no

que tus palabras

se monten en renglones.

 

Déjame ir, sin más

no me sigas

déjame continuar este camino

deja ir mis pies.

 

El polvo los cubrirá

antes que tus brazos

los ojos y tu boca

como anochecida sombra

me devoren.

 

 

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Una luz cegadora, se cuela por las ventanas…, no demora el vibrante estruendo de un feroz trueno.

Dejo la continuación del poema, que recuerda dolorosos abandonos. Distraído, comienzo a reconocer la realidad de la habitación.

Los cuadros, parecen fantasmales apariciones de vidas no vividas.

 

Ese lúgubre bodegón pintado por Claudio…, un entrañable amigo que testificaba su locura con esos colores, semejantes a gritos, esos que nunca se atrevió a dar…

 

Me detengo, en ese cuadro que refleja una escena de guerra. Lo pinté hace años y refleja lo que fue Vietnam…, hoy puedo situarlo en las trincheras de Ucrania…, es igual.

 

La penumbra cubre el resto de las cosas, como si la realidad se durmiera lentamente.

Deseo terminar el poema, hace mucho tiempo que no escribo, como un intento vano de abandono y falta de deseos…, ¿ para qué?…

 

Cierro los ojos un instante y al abrirlos noto el reflejo de una nueva descarga y consecuente estruendo…, comienza a llover con desgano, al principio son fuertes gotas dispersas, hasta que colman las urgentes gotas de una lluvia formal.

 

Es cuando me veo en el reflejo del espejo de la sala…, casi sin reconocerme me observo así escondido entre las sombras.

Giro la vista, para ignorarme una vez más y me sobresalta mi propia voz que me saluda desde ese gran espejo, en la sala.

-- ¿No me reconoces?

-- Soy yo…, o sea… vos. Mírame.

 

Es cuando, contrariado le respondo – Me persigues con esa idea que sos Dios y para ser sincero, no te creo. Quizá esa yo el reflejo y tus dichos suenan en mi mente.

 

-- Bueno, no te molesto más, déjame ir. Si me abandonas dejaré de existir y Dios habrá muerto…

 

En ese momento, giro la cabeza enfrentando la pantalla del ordenador, donde leo la última estrofa escrita, del poema. “antes que tus brazos, los ojos y tu boca,como anochecida sombra,me devoren.”

Concluyo el poema, dejando la habitación, evitando cobardemente mirar el espejo de la sala.

 

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Entonces, mi libertad

morirá otro poco

mientras

te sigo amando.