Alberto Escobar

Meteorologías

 

De la semejanza entre la meteorología terrena y la mental. El aire es el pensamiento; cada pensamiento es un viento por ser un aire que adopta una dirección y una semántica concretas. Las nubes son las dudas, tal que cuando un día se ofrece despejado y soleado es igual de resplandeciente que en la mente. La tarea congénita de la mente es pensar y los pensamientos son meros estados de ánimo, como lo es el tiempo atmosférico de cada día, y tal y como nos refugiamos de una tempestad bajo techo y esperamos a que calme, así debemos hacer con los malos pensamientos.
Cada uno de nuestros órganos definen nuestra mente como viceversa. Ella viene a ser la gran coordinadora, y un feedback en doble dirección se produce. El suicidio, diría yo, viene de no discernir que lo que nos dice la mente no es real, es una opinión, una ficción como la que a continuación plasmaré. 

—Todo esto para abrir boca, nada más...

 

 

La mejor opción es vivir, siempre.

 

 


He recibido un audio, maná del cielo.
Me acosté tarde, deambulando las calles,
conversando en voz baja con el frío,
es enero —como ya dije— y la escarcha
cuelga de las cornisas, era de madrugada. 
Volvía andando como siempre, sintiendo
sobre el cutis un beso helado y tierno
al mismo tiempo, el frío me hablaba al oído.
Anteayer por la tarde me sentía mustio,
el almuerzo no me sentó bien y dejó huella
entre los intestinos y el estómago;
me di cuenta por la noche, con unos amigos.
El estómago —o los intestinos— parecía plomo,
y el sistemático masaje que mientras bailaba
me practicaba no sirvió de alivio. Me fui a casa.
Ayer sábado me pasé el día entre algodones,
dormí lo necesario hasta sentirme bien 
para salir y distraerme, estar con amigos, afecto.
La naturaleza es sabia y esa sabiduría 
se puso a mi disposición ayer, dormí varias 
siestas hasta que la reparación me permitió salir. 
Hoy me encuentro mejor, con ganas de verte, 
de mirarte como la primera vez que te miré
y se me quedaron las flechas atravesadas 
entre la aurícula derecha y el ventrículo izquierdo
—ahí las tengo todavía.
No puedo dejar de recordar ese momento:
Cuando nos presentaron, el Tequila oscuro
—con solo la luz necesaria para ver tus ojos—
y esa mirada, esa dulzura que se derramó
en dirección al centro de mi alma
haciendo diana; me sentí liebre apresada 
bajo el cepo de un cazador desaprensivo, presa
que no espera pero que la llena de amasijo,
de muerte, de una muerte en almíbar y sangre. 
Dicen que por ahí pulula un angelito travieso
con arcos y flechas —Maldito y bendito fue:
maldito porque me dejó herido, herida
que sigue abierta, al aire, a merced de cualquier
germen patógeno que quiera hacer su agosto;
y bendito porque me vincula a ti, preciosa, 
y espero y deseo que este vínculo sea forever
and ever, como dicen en las canciones cursis. 
que tienes familia, tres hijos preciosos,
como tú, pequeños todavía y que necesitan
la estabilidad, la calma y la estructura oportuna
para crecer sanos —lo sé, también yo estuve así,
viviendo la vorágine en la que estás, seguramente
no con tanta exigencia como tú por tu trabajo,
tan admirable y necesario para todos.
Mi comprensión es infinita, estaré a tu lado,
si me lo permites, para darte apoyo, para alegrarte
la vida, para acompañarte si es preciso en lo que 
necesites para los niños o para cualquiera de los tuyos.
Sé que tienes pareja, y mi respeto es máximo por ello,
aunque también quiero decirte que aunque la mente
comprende, el corazón no. 
Mi corazón es un quijote que sueña con  gigantes
en lugar de molinos, y los cree innegables, no puedo.
Mi mente entiende y te entiende, pero mi corazón
no olvida que recibió esas saetas que le siguen desvenando.
Por encima de todo intento mantener la calma. La necesito
para vivir, y es el caldo de cultivo que preciso para seguir
sobreviviendo —amo la vida y sus casualidades.
Por eso trato de olvidarte sin querer olvidarte. Me encantas.
Estar separado de ti me daña tanto como una uña que es 
separada de la carne sin motivo alguno, pero así es la vida.
Me apetecía contarte esto. Puede que lo recibas
con agrado o como una insolencia. Si fuera esto último
te pido mil perdones, porque lo último que deseo
es molestarte, sí servirte de esparcimiento y risa. 
Para ti, preciosa.