Diana observa desde allá arriba dos cuerpos solitarios que son ajenos de sí mismos, pero con el interés común de encontrarse. Dos corazones rotos que buscan la verdad oculta y anhelan oír palabras de amor, intensas llenas de tiernas caricias, buscan ser arreglados y amados hasta que uno de los dos deje de latir. Diana los estudia y sonríe con compasión y la fe de que al final sus caminos se unirán para continuar en una línea recta, o tal vez al principio lo será, hasta que la hipocresía de los primeros meses desaparezca para entonces así conocerse realmente, pues tendrán mucho que aprender, tolerar los defectos del uno y el otro, querer con fuerza las virtudes y aún mas los momentos malos. Porque en los días grises sabrán qué tan grande es su amor, nacerá la seguridad de lo que tienen y con ella se hará un nudo que los hará esclavos hasta en lo mas íntimo de la relación, se elegirán mil veces entre otros miles rostros mas y querrán juntarse, convirtiéndose víctimas de un beso hermoso.
Diana los invita a vivir el romance bajo las estrellas; testigos de promesas y cumplidos. Sueños y un poco de imaginación. Presentarles la parte bonita del enamoramiento que trae felicidad, ilusiones y pensamientos tontos. Retroceder en el tiempo y sentirse dos adolescentes experimentando el primer noviazgo, con cartas escritas a mano, el típico peluche y las flores y los bombones y las salidas al cine. La cena en un lugar fino, el vestido de noche y el traje mas caro, la mirada fija en la sonrisa tímida de ella, los ojos de ella admirando los de él. La caminata por la peatonal apagada y vacía, una conversación casi sin importancia y una pausa en cualquier instante que permita mirarla sin limite de tiempo, acariciar su cabello, su rostro, y un suave acercamiento con la esperanza de ser correspondido, que su mirar delate las ganas de que sus labios sean besados, un beso que los haga sentirse en las nubes, alrededor de las estrellas y con Diana de testigo bendiciendo su amor.