Entre nosotros no hay adioses,
hay instantes de silencio.
Cuando estoy solo y me siento hueco,
escucho el eco de un recuerdo:
un beso que dejaste y reverbera por mi cuerpo.
Si faltas, me falta el alimento,
porque tú eres mi pan de cada día
y eres el agua que bebo.
Esta casa vacía conmigo adentro
es un laberinto de espejos,
una jaula de tormentos,
mi ataúd sin estar muerto.
Entre nosotros no hay adioses;
estamos atados como el reloj al tiempo.
Guardé mi corazón en tu pecho,
envuelto en coraza de acero,
por si te sientes sola o tienes miedo
cuando estás lejos.
Entre nosotros no hay adioses,
hay instantes de silencio
y no habrá Dios ni habrá muerte
que nos separe a los dos.
Tan solo habrá amor;
tan solo amor, siempre.
—Felicio Flores