Inunda al corazón la remembranza
de imágenes con guiño a tu memoria
que giran por mi mente como noria,
calando ya mi pecho con su danza.
Te veo en tu alazán con traje corto
bailando sobre acordes de guitarra
con letra que feliz tu vida narra
y ahora al recordarla no soporto.
Hiciste de la vida tu ambrosía;
manjar que deleitabas exultante,
libando intensamente cada instante
con brindis a esa senda de alegría.
“Disfruta con ahínco el gran momento”,
-decías tú-, viviendo el día a día,
doctrina con sentencia que admitía
efímera la senda y lo lamento.
Ahora me despierto consternado
ansiando sea un sueño te hayas ido
y, nunca haber vivido lo que ha sido
sentir el corazón tan destrozado.
La vida es bella y duele. ¡Maldición!
¡La vida es un cometa rutilante!
Lustrosa joya de arte, titilante,
cargada de alegría y desazón.
Quisiera al pasear por el albero,
captar de nuevo el trote de tu jaca;
saber de ti, enfundado en tu casaca…
tus botos, tu sonrisa y tu sombrero.
Es garbo en la montura, ¡qué consuelo!,
ceñido por los brazos de tu madre:
ensueño meritorio para encuadre
mitiga la aflicción y alivia el duelo.
Los años compartidos son un don
vividos sin haber tenido en cuenta
que el cielo del azul pasa a tormenta.
La vida son dos días de función.
Y ahora digo adiós con este llanto
de lágrimas caídas en tu honor;
de angustia que me aflige tanto tanto
que al alma mortifica con rigor.
¡Quedaron tantas cosas por contarnos!
En curso, varias charlas entre dos.
En trámite ha quedado el abrazarnos
como última licencia de este adiós.
Adiós querido Oscar, ¡Adiós!
Rafael Huertes Lacalle
27 de Enero del 2.023