Llego a hurtadillas, torpe y lentamente,
al interminable margen del tálamo cómplice y cálido
donde yaces delicada.
La esplendidez de mi sincero amor te bordea
y erige un blindaje tenue e indeleble…
te vuelves inmune, fuerte.
Con la mirada, viajo porfiadamente por tu cuerpo,
y en un largo suspiro, plasmo el ansia infinita
de querer introducirme a lo más recóndito
de las lejanas curvaturas impenetrables de tu profundo sueño.
La tenue calidez perfumada
que surge como hermoso prodigio de tu cuerpo
me llega y me seduce,
la perfecta sinfonía ligera de tu respiración me acaricia,
tiemblo, me doblego,
mientras tú, fascinante deidad,
duermes plácida.
Con impaciencia te espero en medio del silencio,
sentado a tu lado en el blando lecho,
vigilando fascinado tu tranquilo sueño,
con anhelo delirante de rozar, en perdurable caricia,
la frescura inmensa de tus labios,
que evocan suaves pétalos de rosa
mojados por el rocío, en el tibio amanecer,
luego de una noche de lluvia.
Extasiado vuelco la atención en tu ser,
captando hasta el mínimo gesto de tu cuerpo,
y pretendo, ingenuamente, descifrarlos…
inmenso enigma inescrutable,
mi corazón es tuyo.
Se hace tarde, se hace tarde,
afuera cae la lluvia rápida, fría,
adentro pasa el tiempo lento,
mientras tú, fascinante deidad,
duermes plácida.
En medio de la incertidumbre
no retrocedo en la espera, avanzo firme,
e incansablemente reproduzco la idea,
aunque el mezquino agotamiento
aventura mutilarla,
de verte saliendo de la afonía que me tortura.
Despierta y dulcemente posa
tu intensa y diáfana mirada en mí,
deja que las palabras afloren en tu boca
y sean, en arrullo, deleite pleno a mis oídos.
Misterio resplandeciente,
no me prives más de ti,
ven a mis brazos sedientos,
ven a mi absoluta,
acalla la fatiga de la vigilia.
POR: ANA MARIA DELGADO P.