Felicio Flores

La dama nocturna

Desperté nauseabundo, encendí la luz de la portátil y con los ojos entreabiertos la vi desnuda a mi lado; tumbada como una botella vacía. Le di mis sábanas y abrí las cortinas, entró la luz del sol como una bala. Despertó de ceño fruncido, preguntó la hora con voz de sueño y se percató que había dejado su reloj junto a la portátil; eran las diez. 

 

Se levantó y fue al baño, había papel higiénico en el suelo y la luz estaba encendida pero a cada tanto se apagaba. Dejó la puerta abierta mientras quería seguir durmiendo sentada en el retrete. Abrió la ducha y regulaba la temperatura del agua poniendo la mano aunque en estos lugares económicos el agua es más fría que caliente. Se puso a cantar y aunque no se entendía bien su voz era dulce. Regresó y aún estando mojada me miraba a los ojos y sonreía mientras secaba su cuerpo con una toalla que parecía tener pelos.

Me senté en una silla que estaba en un rincón del cuarto al lado de la ventana y encendí un cigarrillo que encontré tirado en el suelo. Ella se vistió, abrió su cartera; guardó sus pertenencias con cierta prisa y dijo: «Me voy».  

 

Me quedé solo con mis ideas, jugando con el humo del cigarro en sus formas imposibles. Me vestí y traté de ordenar el cuarto que parecía una jaula de zoológico. Fui al baño, me miré en el espejo y me vi algo demacrado. Ya no quedaba nada de ella; ni un olor, ni una prenda de ropa o un cigarro; de mí solamente quedaba mi billetera; cuando la abrí ya no tenía dinero... 

¡Maldita zorra! 

 

Felicio Flores