Joseponce1978

El final de la espiral

Este lunes, aprovechando que no trabajaba y mi hija no tenía colegio por tratarse del día del estudiante, me las llevé a ella y a su prima a desayunar churros con chocolate, una de esas pequeñas cosas que ayudan a restarle penurias a la vida, máxime si se hace en invierno.

Desde hace unos 15 años soy cliente habitual de Juana, quien regenta un pequeño puesto de churros adaptado para ser remolcado con un automóvil, y lo tiene estacionado en los aparcamientos de un centro comercial. Mujer de campo, es una de esas personas a quien la vida no le ha regalado nada, y salvo un par de semanas que se toma al año para desconectar, desde las 8 de la mañana se la puede ver a diario trajinando dentro del puesto, ya sea el día de la fiesta o caigan chuzos de punta.

Sus churros son de la vieja escuela, como a mí me gustan: Tipo porra; del grosor de un tren, crujientes por fuera y esponjosos por dentro, que al meterte un par de ellos entre pecho y espalda, aplacas el hambre hasta la hora de cenar. Resulta fascinante verla moverse en el interior del pequeño habitáculo con la soltura que da la veteranía en el oficio, pendiente de la olla de chocolate o rellenando de masa su jeringa metálica antes de introducir el émbolo y apretarlo mientras va describiendo sobre la enorme sartén llena de aceite sus blancas espirales. En menos de un minuto, valiéndose de un par de palos le da la vuelta a la rosca y la saca para colocarla en una bandeja. A continuación, con unas tijeras de cocina va cortando los churros con precisión de relojero, y dependiendo del grosor, algunos pueden ser más largos que otros pero todos pesan lo mismo. Cuando se le junta una cola de varios clientes, le da fuelle al gas y despacha churros como churros.

Siempre que voy me como los churros allí mismo, en un mostrador abatible en el mismo lateral del puesto, y los días en que no está muy liada, charlamos un rato de temas diversos. El lunes me comentó que el mes pasado había visitado Egipto, y cuando me dijo que le había echado fotos a las momias del hijo y la abuela de Tutankamón, le pedí que me las enviase y me las mandó. Me fascina Egipto y sus faraónicos enigmas. Otro tema de conversación recurrente entre nosotros es la política. El inicio de la guerra en Ucrania y la consecuente inflación le ha trastocado un tanto el negocio, porque las materias primas que necesita para los churros, como el aceite, el gas o la harina, son de los productos que más se han encarecido. Aún así, ella apenas ha subido los precios, en parte porque le falta menos de un año para jubilarse y, como bien dice, está pensando más en su merecido retiro que en hacer negocio. En realidad tiene ya los 65 cumplidos y tal vez lleve 50 trabajando, pero como ocurría antaño, la necesidad llevaba a mucha gente a trabajar sin asegurar, y por lo tanto, a efectos de cotización el tiempo reflejado es menor que el efectivo.

A mi madre le encantaban los churros y al menos una vez a la semana me pasaba a comprar  para desayunar con ella, costumbre que mantuve hasta los últimos días de su vida. Cuando cayó enferma, Juana fue una de esas personas a quien le contaba mis penas. Siempre me ha inspirado confianza en ese sentido, quizás porque ella también lleva a sus espaldas una vida bastante espinosa. Hace ya muchos años que la conozco y seguro que echaré de menos los ratos de desayuno y plática con ella. Egoístamente hablando, si de mí dependiera no la dejaría jubilarse, o al menos le pediría que trabajase un día a la semana para no quedar huérfano de sus deliciosos churros y su chocolate que induce a empinarte el vaso y quedarte mirando al cielo con la boca abierta hasta que caiga la última gota.