Con firmeza tus manos sostienen el arma por el mango. Me miras fijamente y siento mi piel erizarse frente a tal decisión y fiereza. Mis latidos aumentan rápidamente ante la amenaza. Siento a un ejército marchar en mi pecho y me pregunto si tú también oyes a las tropas que me advierten del peligro inminente. Cierro los ojos y me pierdo en una cascada de pensamientos, solo puedo sentir tu presencia amenazante cada vez más cerca.
El cuerpo se me paraliza y no opongo resistencia contra tu embestida, recibo tu ataque voluntariamente. La daga entra en mi pecho sin contratiempos, sin obstáculos que impidan su movimiento suave, pero firme. El frío del filo provoca que me estremezca. Un líquido carmesí fluye caudaloso por la brecha que has abierto en mi ser. Pronto no queda rastro del arma clavada en mi pecho y tus manos se pierden en un mar escarlata.
Abro los ojos y vuelvo a sentir tu mirada penetrante, esta vez percibo dulzura y compasión en ella. Es el amor en su forma más pura. Lágrimas brotan de mis ojos, puedo saborearlas antes de mezclarse con el sabor a hierro proveniente de mi herida. El dolor punzante que provocaste momentos antes ha sido eclipsado por el deseo de fundirnos en un beso, ¿es este el fin o es tan solo el comienzo?
Finalmente introduces tu mano en mi pecho. Epidermis, dermis y tejido adiposo ceden ante tu acometida. Los huesos se erosionan tan pronto los tocas. Después de escasos segundos, retiras tu mano, has encontrado el ansiado tesoro. Entre tus dedos se encuentra mi corazón aún palpitante, lo inspeccionas, sonríes y te desvaneces. El ritual ha terminado, ¿estoy muerto o estoy enamorado?