FIDEL HERNANDEZ

Amor tardío, amor otoñal

 

 

Otoño. Guardo mi mies;

recojo el fruto del dios Baco,

-verde o morado ¡no importa!-

y llamo a mi amada a mi lado.

 

Retorna el trueno a la tormenta,

gruesas gotas golpean los tejados,

y una luz, río intermitente en el cielo,

ilumina las hojas de mi diario.

 

Berrea el ciervo, atardeceres de septiembre,

va de monte en monte, canto de enamorado,

desde la espesura de multicolores bosques,

esperando que sus lamentos sean ahogados.

 

Es un amor tardío, amor otoñal,

cuando la niebla cubre los altozanos,

cuando la incendia el sol en las dehesas

negándose a ceder su anterior reinado.

 

En los valles, negros fantasmas,

las espectrales encinas van caminando,

observan estáticas a la huidiza liebre,

al astuto zorro, tímido, casi inanimado.

 

Ya se adivina en las cumbres de la sierra

la llegada del anciano de pelo cano…

con su monótona nana duerme la tierra,

torna el paisaje en un lienzo en blanco.

 

¡Qué poco dura el otoño!

¡Qué rápido el invierno ha llegado!

Todas las hojas besaron el suelo.

¡Corto cortejo tuvieron los venados!