Alamedas en la tarde
Rumeándose la tarde vuelven los hombres
después de la dura faena…
como títeres ensamblados por hilos invisibles
alargan sus sombras
bajo las oro-trenzas de las largas alamedas.
Cabizbajas sus chupallas como álbumes cerrados,
en anzuelos de sangre se remachan
a los ríos deshojados de sus sienes;
sus paños, como rosarios marchitos
cuelgan del madero de sus hombros,
gluglutean los pavos desde una rancha cercana
y los niños adoban de menta sus plantas jugando entre la alfalfa.
A esta hora el corazón camina con sus válvulas cerradas
y duele el amor, como estos moscardones amarillos
dormidos al borde del camino.
Las alamedas poco a poco
van vaciando sus sepulcros,
sus lingotes fogarean al encuentro de los astros;
hacia las peñas de hojarasca
se encienden como guirnaldas sus quintrales.
Ya anochece…mis hijos estarán haciendo sus tareas,
borrando con migajas de pan
la negra nevazón de los chonchones y mi dulce Ester,
encendiendo el estiércol del establo,
para alejar las propuestas indecentes
de los escuálidos zancudos celestinos,
o quizás, para camuflar así el llanto verdadero,
para que algún dios vuelva su rostro a estos pobres dioses
sin más trono que la sed y los terrones.
Ya amanece…
el tren costino perfora las seis en los relojes,
tose la leña en el lomaje marengo de los burros,
las alamedas….
van llenando de nuevo sus sepulcros.