Arando la tierra el arado,
no ara solamente el campo,
sino tu alma y tu cuerpo y tu espíritu,
alimentándose copiosamente del alimento,
de la huerta el hortelano.
De la tierra es el huertero labrador,
de su campo campesino y terruñero,
tierra, tierra, tierra, entre hortalizas verdes,
seca es su pena, árida y baldía arena,
de esta insufrible condena.
El sol quema, seca y alimenta, broncea e hierve,
el agua que busca las raíces de la brea,
que pintan de pinturas impermeables, tus aperos,
y la barca de tu vida en la marea.
Dureza en la jornada y en tus brazos,
el filo de la guadaña,
segador que siegas y sosiegas la siega,
áspera como las palmas de tus manos.
Entre la mies de la mañana, era una dulce jornada,
sin luces de las de candilejas,
se vislumbra la vista del horizonte,
abultadas filas de montes,
entre callejas y callejas.
El día carece de sombra
y la noche derrocha su luz,
de sol a sol, de día en día,
hasta que la vista se calla.
La tierra calla, la tierra se queda,
pero el hortelano labrador surca,
haciendo veredas con su sudor,
arando la tierra.
El anverso del verso ©2023
Alfonso J Paredes
Nota: «en este poema, he utilizado recursos de la retórica muy especiales. Si os divierte, averiguad cuales son».