Alberto Escobar

Eres luz...

 

Eres luz
y círculo.


Mi vida entera se circunscribe
en ti, en tus aledaños.

 

 

Duermes, no quiero molestarte.
Duermes, miro la candidez
de tu rostro desarmado, a mi merced. 
Ahora que duermes eres mía, 
puedo hacer contigo lo que me plazca,
puedo desnudarte poco a poco
sin que notes nada extraño,
porque introducirás en el sueño
tu progresiva desnudez hasta quedarte 
mojada, polución nocturna,
sonriendo dormida, agradeciendo a Dios
el placer que acabas de degustar.
Estás a mi merced —decía—, y por eso
puedo si quiero clavarte la muerte 
en tu corazón sin que respondas por ello,
introduciendo aún el puñal que te va 
rompiendo las entrañas en tu sueño rem
sin sospechar que ese dolor que sueñas
es un dolor de verdad; sin adivinar ni por
asomo que esa sangre que ves borbotear
en el sueño es de una realidad aplastante. 
Eres mía, pero decido cuidarte a pesar 
del poder de que dispongo sobre ti, ahora. 
Decido quedarme aquí sentado, al borde
de tu cama, custodiando la angelidad
de tu cara, la placidez con que vives 
la escena que ahora se dibuja en tu cabeza. 
Te miro con detenimiento, sin que el tiempo
exista en el reloj de encima de la mesilla, 
sin que ningún timbre, ninguna alarma, voz,
ruido de muebles que se corren..., sin que nada
rompa la magia de mirarte cada facción,
cada poro, cada pliegue que surja en tu piel
a propósito de cualquier movimiento. 
Me encanta cuidar tu sueño. 
De repente me surgen del corazón las ganas
de compartirlo, de introducirme por completo en él
abrigándome previamente con tus sábanas,
pegando todo el contorno de mi piel contra la tuya,
sentirte intensamente, tal que tu latido pase a ser
el mío hasta latir al unísono, un solo corazón. 
Sigues durmiendo. La jornada de ayer fue intensa,
los pacientes fueron de una impaciencia inusitada,
no acostumbrada aún tantos años de lucha diaria;
tu cansancio es tan profundo como el sueño
que te sigue poblando la inconsciencia. 
Llegaste tarde y exhausta, casi ni me dijiste hola
porque tu boca —apoderada de tanto agotamiento—
no daba con la articulación necesaria para pronunciar
aunque fuera una palabra —sabes que te entiendo
y estoy contigo a muerte—. Eres todo tesón, todo
entrega para con los tuyos, y eso me aferra a ti 
de una manera inimaginable; cuidarte es mi misión. 
Me dormí a tu lado, me acurruqué a tu espalda
haciendo la cucharita y así, en el cielo, acomodé
mis cervicales a una nube y me quedé dormido.
Hace diez minutos que me desperté y cinco 
que estoy aquí, mirándote sin pestañear, sin perder
ripio de tus gestos, de tus murmuraciones cuando
la profundidad del sueño es mar, de tu moverse
intranquila de un lado a otro de la cama, estirando
el brazo para abarcarme sin éxito porque ya no
estoy tendido, estoy aquí, a tu lado, contigo. 
Voy a prepararte el desayuno y así, cuando despiertes,
solo me quedaría llevarlo a la cama y poner
la bandeja sobre tu regazo, sin que tengas que hacer nada.