Gustavo Leni

INEVITABLES

 

 

Kilómetros antes de llegar a ti,

igual que el viento que sopla

sobre las arenas de las dunas,

presentí nuestro encuentro.

 

Sólo que no pasé sobre ti.

 

Quedé atrapado en tus montes.

Fui atraído por la fertilidad de tu valle

y mi semilla quemante

se fundió en tu tierra

y se alzó sonriente la espiga palpitante

y el cielo se abrió para mirarla

y la brisa de verano moldeó su sonrisa.

 

Y te amé como el agua a la tierra.

Te acosé como la ola a la orilla

y me fijé en ti

como en su blanco la saeta.

 

Entré en ti con mis manos abiertas.

 

Los días y las noches

se confundieron en su orden,

olvidé el significado del reloj

y me fusioné a tu pulso;

entré a tu torrente sanguíneo

y broté de tus manos;

conocí el silencio

inmensamente alucinante

de tus besos

y el volcán iracundo

que tronó en tu pecho

con el primer verso que le escribí

con mis labios…,

… en silencio…

 

Rehicimos el eje terrestre

y lo inclinamos

según nuestra disposición y antojo.

 

Las rosas diseminaron sus pétalos

sobre nuestras cabezas

y ascendimos a la tierra prohibida,

y caminamos en ella

con los pies desnudos.

 

Fuimos como un huerto en flor:

alegría, frescura y verdor;

fuimos como el día y la noche,

sombra y resplandor.

 

Somos como el agua y el aire,

como la alegría y la tristeza,

como la vida y la muerte.

Somos necesarios.

 

Somos como el movimiento,

inevitables.