Kilómetros antes de llegar a ti,
igual que el viento que sopla
sobre las arenas de las dunas,
presentí nuestro encuentro.
Sólo que no pasé sobre ti.
Quedé atrapado en tus montes.
Fui atraído por la fertilidad de tu valle
y mi semilla quemante
se fundió en tu tierra
y se alzó sonriente la espiga palpitante
y el cielo se abrió para mirarla
y la brisa de verano moldeó su sonrisa.
Y te amé como el agua a la tierra.
Te acosé como la ola a la orilla
y me fijé en ti
como en su blanco la saeta.
Entré en ti con mis manos abiertas.
Los días y las noches
se confundieron en su orden,
olvidé el significado del reloj
y me fusioné a tu pulso;
entré a tu torrente sanguíneo
y broté de tus manos;
conocí el silencio
inmensamente alucinante
de tus besos
y el volcán iracundo
que tronó en tu pecho
con el primer verso que le escribí
con mis labios…,
… en silencio…
Rehicimos el eje terrestre
y lo inclinamos
según nuestra disposición y antojo.
Las rosas diseminaron sus pétalos
sobre nuestras cabezas
y ascendimos a la tierra prohibida,
y caminamos en ella
con los pies desnudos.
Fuimos como un huerto en flor:
alegría, frescura y verdor;
fuimos como el día y la noche,
sombra y resplandor.
Somos como el agua y el aire,
como la alegría y la tristeza,
como la vida y la muerte.
Somos necesarios.
Somos como el movimiento,
inevitables.