Un roble, de los árboles plantados,
ocupa consentido mis retinas.
Se yergue estirando sus ramas, sin complejos,
con el desparpajo de saberse amado.
Sus hojas rojizas, en tenue parpadeo,
juegan con las luces y sombras del otoño
con el viento cómplice que sopla y el sol,
de rojo intenso, que se arroja tras el cerro.
Sus sombras cobijaron mis horas compartidas
y mis horas solitarias, también sombras.
Y la firmeza de su noble madera me proyecta
a la misma vida que en él... velé por años.
De mi libro “De sentires y sentires”. 2008 ISBN 978-987-556-229-5