Me preguntó: ¿A qué viene esa sonrisa?
Ambos miramos ese cuadro de Van Gogh (la noche estrellada)
Yo no soy un artista, no me regodeo en los lienzos, ni entiendo sobre las técnicas y mucho menos examino los trazados, ni determino la existencia de un error o una genialidad.
Sin embargo, yo estaba completamente anonadado, con mis ojos tristes logré recorrer esa ciudad imaginaria, abrí cada una de esas casas y no había nadie, y escalé a la cima de esa torre color sangre con forma de flama y bailé las notas de un piano delirando debajo de ese hermoso cielo donde ha de batirse la plata y el oro...
Al cabo de unos minutos me sentí aliviado, por alguna extraña razón la tristeza era mi amante furtiva.
Los dolores en mis piernas eran empaticos y sabía que nadie me esperaba en casa con almuerzo caliente, que al llegar la noche la puerta estaría cerrada sin esperanza de alguna visita y en mi cama sobraría espacio y debajo de mi sabana un poeta que nunca ha escrito un buen poema.
En cuestión de segundos viví una temporada en esa pintura y nunca respondí a la pregunta.