Ocurre que hay lirios en todas las puertas
y sombras negativas que arañan desde abajo
orinan los latidos que un corazón amansa
y en su carpeta ruidosa la llave persiste amaestrada.
Sucede que hay sombras en los zaguanes de todas las
puertas, y en los calcetines mojados, en las despensas.
Yo voy cantando la sangre, corrida y frenética, que encauza
mis vestigios a través de la ceniza, un cenicero puede ser
a estas alturas, un modelo de ejemplaridad ética.
Yo sangro por las heridas sin costuras, grito a los labios,
e impido las lascivias de los otros; soy terrible cuando me pongo
a orinar sobre las maderas adolescentes y tiernas.
Ocurre que mi cara se debilita, y clamo al cielo por una nueva,
donde colgar mis exilios, donde aplazar mi silencio.
Entre toques de manzanas, abiertas semillas, va mi nombre
cuadrúpedo y asintomático, vestigios de oro calzones dorados.
Estas alamedas ya no lloran lo suficiente.©