Me sentí tan fuerte que olvidé mis debilidades.
Confié tanto en mis fuerzas, que aparté a quien consideré débil.
Me vi ligero, veloz y relegué a quien no iba a mi paso.
Me entregué al desenfreno aislándome de los momentos de reflexión y silencio.
Valoré tanto mi labia, mi retórica, mi erudición, que llegué a no soportar al inculto, al sencillo y al humilde. Su sola presencia me asqueaba.
Alabé tanto mi guapura, mi simpatía. Me enorgullecí de siempre ser el centro.
Aparté la mano que extendida me pedía, pues no podía perder tiempo. Mi valioso tiempo.
Busqué fama y fortuna aún a costa de mi alma y las alcancé. Pisoteé a quien pude sin prisas y con calma.
El pobre, el indigente, fueron para mí escoria humana. Gente vaga que no quería trabajar, que habían perdido oportunidades en la vida (los juzgué) y hasta de su suerte me alegré.
El orgullo fue mi blasón, el ego mi acompañante sincero. Nunca me falló y se entregó a mí con esmero.
Ahora solo aquí me encuentro. La vida lenta se me escapa. Las fuerzas me abandonan mientras crece en mí un vacío intenso. Maldigo mi suerte. Tengo terror a la muerte. Entre estas cuatro paredes me marchito, me siento vulnerable como un cachorrito. Mas lo digo y no miento, de todo lo que hice, pues de nada me arrepiento. Si tuviera otra oportunidad, si volvería a nacer, todo lo hecho lo volvería hacer.