Recuerdo cuando comenzó, una tarde de otoño con la cara empapada de sudor y las manos temblorosas, recuerdo porque fue el día de mi cumpleaños, apenas 3 años, cuando mi corazón se detuvo a ver a través de mis ojos y descubrí que el mundo en realidad era ese lugar oscuro y malo del cual hablaban mis padres, y, tuve miedo, temí salir a la calle sola porque había gente mala en cada esquina, temí hablar con extraños, incluso con mi propia familia, me aislé y le creí todo lo que decía mi madre y mi padre como si de sus labios Dios me diera ordenes, y, a pesar de que fui buena, fui abusada por varios hombres, quien los defendí por apenas ser unos niños, creí que no sabían lo que hacían pero si sabían, pretendí que todo iba bien hasta que mi propia oscuridad alcanzó mi sombra y al no saber defenderme, me devoró. Mi cabeza, que durante muchos años fue mi aliada comenzó a prepararme para quitarme la vida, no lo noté, pero envenenó los recuerdos más felices, llenándome de pánico y dolor; no sabía durante años de donde provenía ese olor a peste, olor a cadáver que apercibía constantemente, pero provenía de mí. Y todo tomo un rumbo diferente cuando creí que Dios me había abandonado, durante años me mantuve bajo su sombra y aún así fui lastimada, no podía creer lo que ocurría hasta que me detuve a llorarlo. Se ahora que poseo un corazón ansioso, que se desespera por sí mismo porque todo le causa daño, se prepara para el día de su muerte sin disfrutar que ha despertado y cree que todo es su culpa.